EPÍSTOLAS DE IGNACIO
1 A LOS EFESIOS
Ignacio, llamado también Teóforo, a la (iglesia) que ha sido bendecida en abundancia por la plenitud de Dios el Padre, que había sido preordenada para los siglos futuros para una gloria permanente e inmutable, unida y elegida en una verdadera pasión, por la voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios; a la iglesia que está en Efeso [de Asia], digna de toda felicitación: saludos abundantes en Cristo Jesús y en (su) gozo intachable.
I. He recibido con albricias, a Dios [vuestro] bien amado nombre, que lleváis por derecho natural, [con mente recta y virtuosa], por fe y amor en Cristo Jesús nuestro Salvador: siendo imitadores de Dios, y habiendo sido encendidos vuestros corazones en la sangre de Dios, habéis cumplido perfectamente la obra que os era apropiada; por cuanto oísteis que yo había emprendido el camino desde Siria, en cadenas, por amor del Nombre y esperanza comunes, y esperaba, por medio de vuestras oraciones, luchar con éxito con las fieras en Roma, para que, habiéndolo conseguido, pudiera tener el poder de ser un discípulo, vosotros sentisteis ansia de visitarme; siendo así que en el nombre de Dios os he recibido a todos vosotros en la persona de Onésimo, cuyo amor sobrepasa toda expresión y que es además vuestro obispo [en la carne], y ruego a Dios que lo améis según Jesucristo y que todos podáis ser como él; porque bendito sea Aquel que os ha concedido en conformidad con vuestros merecimientos el tener un obispo semejante.
II. Pero, en cuanto a mi consiervo Burrhus, que por la voluntad de Dios es vuestro diácono bendecido en todas las cosas, ruego que pueda permanecer conmigo para vuestro honor y el de vuestro obispo. Sí, y Crocus también, que es digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como una muestra del amor que me tenéis, me ha aliviado en toda clase de maneras —y así quiera el Padre de Jesucristo vivificarle— junto con Onésimo y Burrhus y Euplus y Fronto, en los cuales os vi a todos vosotros con los ojos del amor. Es por tanto apropiado que vosotros, en todas formas, glorifiquéis a Jesucristo que os ha glorificado; para que estando perfectamente unidos en una sumisión, sometiéndoos a vuestro obispo y presbítero, podáis ser santificados en todas las cosas.
III. No os estoy dando órdenes, como si yo fuera alguien que pudiera hacerlo. Porque aun cuando estoy en cadenas por amor del Nombre, no he sido hecho perfecto todavía en Jesucristo. [Porque] ahora estoy empezando a ser un discípulo; y os hablo como a mis condiscípulos. Porque yo debería ser entrenado por vosotros para la contienda en fe, exhortación, persistencia y longanimidad. Pero como el amor no me permite que quede en silencio con respecto a vosotros, por tanto me atreví a exhortaros, para que corráis en armonía con la mente de Dios; pues Jesucristo, nuestra vida inseparable, es también la mente del Padre, así como los obispos establecidos hasta los extremos de la tierra están en la mente de Jesucristo.
IV. Por lo tanto es apropiado que andéis en armonía con la mente del obispo; lo cual ya lo hacéis. Porque vuestro honorable presbiterio, que es digno de Dios, está a tono con el obispo, como si fueran las cuerdas de una lira. Por tanto, en vuestro amor concorde y armonioso se canta a Jesucristo. Y vosotros, cada uno, formáis un coro, para que estando en armonía y concordes, y tomando la nota clave de Dios, podáis cantar al unísono con una sola voz por medio de Jesucristo al Padre, para que Él pueda oíros y, reconocer por vuestras buenas obras que sois miembros de su Hijo. Por tanto os es provechoso estar en unidad intachable, a fin de que podáis ser partícipes de Dios siempre.
V. Porque si en un período tan breve tuve tal trato con vuestro obispo, que no fue a la manera de los hombres sino en el Espíritu, cuánto más os felicito de que estéis íntimamente unidos a él como la Iglesia lo está con Jesucristo y como Jesucristo lo está con el Padre, para que todas las cosas puedan estar armonizadas en unidad. Que nadie se engañe. Si alguno no está dentro del límite del altar, carece de pan [de Dios]. Porque si la oración de uno y otro tiene una fuerza tan grande, ¡cuánto más la del obispo y la de toda la Iglesia! Por lo tanto, todo el que no acude a la congregación, con ello muestra su orgullo y se ha separado él mismo; porque está escrito: Dios resiste a los soberbios. Por tanto tengamos cuidado en no resistir al obispo, para que con nuestra sumisión podamos entregarnos nosotros mismos a Dios.
VI. Y en proporción al hecho de que un hombre vea que su obispo permanece en silencio, debe reverenciarle aún más. Porque a todo aquel a quien el Amo de la casa envía para ser mayordomo de ella, debe recibírsele como si fuera el que le envió. Simplemente, pues, deberíamos considerar al obispo como al Señor mismo. Ahora bien, Onésimo, de su propia iniciativa os alaba en gran manera por vuestra conducta ordenada en Dios, porque todos vivís en conformidad con la verdad, y no hay herejía alguna que halle albergue entre vosotros; es más, ni aun escucháis a nadie si habla de otras cosas excepto lo que se refiere a Jesucristo en verdad.
VII. Porque algunos son propensos a engaño malicioso sobre el Nombre, y lo propagan y hacen ciertas cosas indignas de Dios. A éstos tenéis que evitarlos como si fueran fieras; porque son perros rabiosos, que muerden a escondidas; contra los cuales deberíais estar en guardia, porque son difíciles de sanar. Sólo hay un médico, de la carne y del espíritu, engendrado y no engendrado, Dios en el hombre, verdadera Vida en la muerte, hijo de María e Hijo de Dios, primero pasible y luego impasible: Jesucristo nuestro Señor.
VIII. Que nadie os engañe, pues, y en realidad no estáis engañados, siendo así que pertenecéis totalmente a Dios. Porque cuando no tenéis deseo carnal establecido en vosotros con poder para atormentaros, entonces vivís verdaderamente según Dios. Yo me entrego a vosotros, y me dedico como una ofrenda para vuestra iglesia, efesios, que es famosa por todos los siglos. Los que son de la carne no pueden hacer las cosas del Espíritu, ni tampoco pueden los que son del Espíritu hacer las cosas de la carne; del mismo modo que la fe no puede hacer las cosas de la infidelidad, ni la infidelidad las cosas de la fe. Es más, incluso las cosas que hacéis según la carne son espirituales; porque hacéis todas las cosas en Jesucristo.
IX. Pero me he enterado que ciertas personas pasaron entre vosotros de lejos, trayendo mala doctrina; a las cuales no permitisteis que sembraran semilla en vosotros, porque os tapasteis los oídos, para no tener que recibir la simiente que ellos sembraban; por cuanto vosotros sois piedras de un templo, preparadas de antemano para un edificio de Dios el Padre, siendo elevadas hacia lo alto por medio del motor (instrumento) de Jesucristo, que es la Cruz, y usando como cuerda el Espíritu Santo; en tanto que la fe es vuestro cabrestante, y el amor es el camino que lleva a Dios. Así pues, todos sois compaiieros en el camino, llevando a vuestro Dios y vuestro santuario, vuestro Cristo y vuestras cosas santas, adornados de pies a cabeza en los mandamientos de Jesucristo. Y a mí también, tomando parte en la festividad, se me permite por carta estar en compañía de vosotros y regocijarme con vosotros, para que no pongáis vuestro amor en nada que sea según la vida de los hombres, sino sólo en Dios.
X. Y orad sin cesar por el resto de la humanidad (los que tienen en sí esperanza de arrepentimiento) para que puedan hallar a Dios. Por tanto, dejad que tomen lecciones por lo menos de vuestras obras. Contra sus estallidos de ira sed mansos; contra sus palabras altaneras sed humildes; contra sus vilipendios presentad vuestras oraciones; contra sus errores permanccedfirmes en la fe; contra sus furores sed dulces. Y no sintáis celo de imitarles desquitándoos. Mostremos que somos sus hermanos con nuestra mansedumbre; pero seamos celosos en ser imitadores del Señor, emulándonos unos a otros por ser cada uno el que sufre la mayor injusticia, el que es más defraudado, el que es más destituido, para que no quede ni una brizna del diablo entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza permanezcáis en Jesucristo con vuestra carne y con vuestro espíritu.
XI. Estos son los últimos tiempos. Por tanto seamos reverentes; temamos la longanimidad de Dios, para que no resulte en condenación contra nosotros. Porque o bien temamos la ira que ha de venir o amemos la gracia que está presente ahora —lo uno o lo otro—; siempre y cuando seamos hallados en Cristo Jesús como nuestra vida verdadera. Que nada relumbre ante vuestros ojos, aparte de Aquel en quien llevo mis cadenas, mis perlas espirituales, en las cuales quisiera levantarme de nuevo por medio de vuestras oraciones, de las cuales sea suerte poder participar siempre, para que pueda ser hallado en la compañía de los cristianos de Efeso, que han sido siempre unánimes con los apóstoles por medio del poder de Jesucristo.
XII. Sé quién soy y a quiénes escribo. He sido condenado, pero he recibido misericordia; estoy en peligro, pero soy fortalecido y afianzado. Vosotros sois la ruta de aquellos que están en camino para morir en Dios. Estáis asociados en los misterios con Pablo, que fue santificado, que obtuvo un buen nombre, que es digno de todo parabién; en cuyas pisadas de buena gana quisiera estar andando, cuando llegue a Dios; el cual en cada carta hizo mención de vosotros en Cristo Jesús.
XIII. Sed, pues, diligentes en congregaros con más frecuencia para dar gracias a Dios y para su gloria. Porque cuando os congregáis con frecuencia, los poderes de Satanás son abatidos; y sus asechanzas acaban en nada frente a la concordia de vuestra fe. No hay nada mejor que la paz, en la cual toda lucha entre las cosas del cielo y las de la tierra queda abolida.
XIV. Ninguna de estas cosas está escondida de vuestra vista si sois perfectos en vuestra fe y amor hacia Jesucristo, porque ellas son el comienzo y fin de la vida —la fe es el comienzo y el amor el fin—, y las dos halladas en unidad son (de) Dios, en tanto que todas las demás cosas siguen en pos de ellas hacia la verdadera nobleza (vida santa). Ninguno que profesa tener fe peca, y ninguno que tiene amor aborrece. El árbol es manifestado por su fruto; así también los que profesan ser de Cristo se manifiestan por medio de sus acciones. Porque la Obra no es una cuestión de profesar ahora, sino que se ve cuando uno es hallado (continuando) en el poder de la fe hasta el fin.
XV. Es mejor guardar silencio y ser, que hablar y no ser. Es bueno enseñar, si el que habla lo practica. Ahora bien, hay un maestro que habló y lo que dijo sucedió; sí, e incluso las cosas que hizo en silencio son dignas del Padre. El que posee la palabra de Jesús es capaz de prestar atención a su silencio, para que pueda ser hecho perfecto; para que por medio de su palabra pueda actuar y por medio de su silencio pueda ser conocido. No hay nada escondido del Señor, sino que incluso nuestros secretos están cerca de Él. Hagamos todas las cosas considerando que El vive en nosotros, para que podamos ser sus templos, y Él mismo pueda estar en nosotros como nuestro Dios. Esto es así, y será manifestado a nuestra vista por el amor que debidamente le tenemos a Él.
XVI. No nos engañemos, hermanos. Los que corrompen las casas (familias) no van a heredar el reino de Dios. Así pues, si a los que hacen estas cosas según la carne se les da muerte, cuánto más si un hombre, con mala doctrina, corrompe la fe de Dios por la cual Jesucristo fue crucificado. Este hombre, habiéndose corrompido a sí mismo, irá al fuego que nunca se apaga; y lo mismo irán los que le escuchan y hacen caso de él.
XVII. Por esta causa recibió el Señor ungüento sobre su cabeza, para que pueda soplar (instilar) incorrupción a la Iglesia. No seáis ungidos con el mal olor de la enseñanza del príncipe de este mundo, para que no se os lleve cautivos y os robe la vida que está puesta ante vosotros. Y ¿por qué no andamos prudentemente, recibiendo el conocimiento de Dios, que es en Jesucristo? ¿Por qué perecer en nuestra locura, no haciendo caso del don de gracia que el Señor ha enviado verdaderamente?
XVIII. Mi espíritu es cual un desecho por razón de la Cruz, que es una piedra de tropiezo para los que no creen, pero para nosotros salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el que disputa? ¿En qué se glorían los que son llamados prudentes?, Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, fue concebido en la matriz de María según una dispensación de la simiente de David, pero también del Espíritu Santo; y nació y fue bautizado para que por su pasión pudiera purificar el agua.
XIX. Y escondidos del príncipe de este mundo fueron la virginidad de María y el que diera a luz, y asimismo la muerte del Señor —tres misterios que deben ser proclamados—, que fueron obrados en el silencio de Dios. ¿En qué forma fueron manifestados a las edades? Brilló una estrella en el cielo por encima de todas las demás estrellas; y su luz era inefable, y su novedad causaba asombro; y todas las demás constelaciones con el sol y la luna formaron un coro alrededor de la estrella; pero la estrella brilló más que todas ellas; y hubo perplejidad sobre la procedencia de esta extraña aparición que era tan distinta de las otras. A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna; y lo que había sido perfeccionado en los consejos de Dios empezó a tener efecto. Por lo que todas las cosas fueron perturbadas, porque se echó mano de la abolición de la muerte.
XX. Si Jesucristo me considerara digno por medio de vuestra oración, y fuera la voluntad divina, en un segundo tratado, que intento escribiros, os mostraré más acerca de la dispensación de la cual he empezado a hablar, con referencia al nuevo hombre Jesucristo, que consiste en fe hacia Él y en amor hacia Él, en su pasión y resurrección, especialmente si el Señor me revelara algo. Congregaos en común, cada uno de vosotros por su parte, hombre por hombre, en gracia, en una fe y en Jesucristo, el cual según la carne fue del linaje de David, que es el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, con miras a que podáis obedecer al obispo y al presbiterio sin distracción de mente; partiendo el pan, que es la medicina de la inmortalidad y el antídoto para que no tengamos que morir, sino vivir para siempre en Jesucristo.
XXI. siento gran afecto hacia vosotros y por los que enviasteis a Esmirna para el honor de Dios; por lo cual también os escribo con agradecimiento al Señor, y teniendo amor a Policarpo lo tengo también a vosotros. Recordadme, tal como yo deseo que Jesucristo os recuerde. Orad por la iglesia que está en Siria, desde donde soy llevado preso a Roma —yo que soy el último de los fieles allí; aunque fui considerado digno de ser hallado para el honor de Dios—. Pasadlo bien en Dios el Padre y en Jesucristo nuestra esperanza común.
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2 A LOS MAGNESIANOS
Ignacio, llamado también Teóforo, a la (iglesia) que ha sido bendecida por la gracia de Dios el Padre en Cristo Jesús nuestro Salvador, en quien saludo a la iglesia que está en Magnesia junto al Meandro, y le envío abundantes salutaciones en Dios el Padre y en Jesucristo.
I. Cuando me enteré del superabundante buen orden de vuestro amor en los caminos de Dios, me alegré y decidí comunicarme con vosotros en la fe de Jesucristo. Porque siendo contado digno de llevan un nombre piadoso, en estas cadenas que estoy llevando, canto la alabanza de las iglesias; y ruego que pueda haber en ellas unión de la carne y del espíritu que es de Jesucristo, nuestra vida siempre segura: una unión de fe y de amor preferible a todas las cosas, y —lo que es más que todas ellas— una unión con Jesús y con el Padre; en el cual, si sufrimos con paciencia todas las asechanzas del príncipe de este mundo y escapamos de ellas, llegaremos a Dios.
II. Por cuanto, pues, me fue permitido el veros en la persona de Damas vuestro piadoso obispo y vuestros dignos presbíteros Bassus y Apolonio y mi consiervo el diácono Socio, en quien de buena gana me gozo, porque está sometido al obispo como a la gracia de Dios y al presbiterio como a la ley de Jesucristo.
III. Sí, y os corresponde a vosotros también no tomaros libertades por la juventud de vuestro obispo, sino, según el poder de Dios el Padre, rendirle toda reverencia, tal como he sabido que los santos presbíteros tampoco se han aprovechado de la evidente condición de su juventud, sino que le han tenido deferencia como prudente en Dios; no ya a él, sino al Padre de Jesucristo, a saber, el Obispo de todos. Por tanto, por el honor de Aquel que os ha deseado, es apropiado que seáis obedientes sin hipocresía. Porque un hombre no engaña a este obispo que es visible, sino que intenta engañar al otro que es invisible; y en este caso debe contar no con carne sino con Dios, que conoce las cosas escondidas.
IV. Por tanto, es apropiado que no sólo seamos llamados cristianos, sino que lo seamos; tal como algunos tienen el nombre del obispo en sus labios, pero en todo obran aparte del mismo. Estos me parece que no tienen una buena conciencia, por cuanto no se congregan debidamente según el mandamiento.
V. Siendo así que todas las cosas tienen un final, y estas dos —vida y muerte— están delante de nosotros, y cada uno debe ir a su propio lugar, puesto que sólo hay dos monedas, la una de Dios y la otra del mundo, y cada una tiene su propia estampa acuñada en ella, los no creyentes la marca del mundo, pero los fieles en amor la marca de Dios el Padre por medio de Jesucristo, si bien a menos que aceptemos libremente morir en su pasión por medio de El, su vida no está en nosotros.
VI. Siendo así, pues, que en las personas antes mencionadas yo os contemplé a todos vosotros en fe y os abracé, os aconsejo que seáis celosos para hacer todas las cosas en buena armonía, el obispo presidiendo a la semejanza de Dios y los presbíteros según la semejanza del concilio de los apóstoles, con los diáconos también que me son muy caros, habiéndoles sido confiado el diaconado de Jesucristo, que estaba con el Padre antes que los mundos y apareció al fin del tiempo. Por tanto, esforzaos en alcanzar conformidad con Dios y tened reverencia los unos hacia los otros; y que ninguno mire a su prójimo según la carne, sino que os améis los unos a los otros siempre en Jesucristo. Que no haya nada entre vosotros que tenga poder para dividiros, sino permaneced unidos con el obispo y con los que presiden sobre vosotros como un ejemplo y una lección de incorruptibilidad.
VII. Por tanto, tal como el Señor no hizo nada sin el Padre, [estando unido con Él], sea por sí mismo o por medio de los apóstoles, no hagáis nada vosotros, tampoco, sin el obispo y los presbíteros. Y no intentéis pensar que nada sea bueno para vosotros aparte de los demás: sino que haya una oración en común, una suplicación, una mente, una esperanza, un amor y un gozo intachable, que es Jesucristo, pues no hay nada que sea mejor que El. Apresuraos a congregaros, como en un solo templo, Dios; como ante un altar, Jesucristo, que vino de un Padre y está con un Padre y ha partido a un Padre.
VIII. No os dejéis seducir por doctrinas extrañas ni por fábulas anticuadas que son sin provecho. Porque si incluso en el día de hoy vivimos según la manera del Judaísmo, confesamos que no hemos recibido la gracia; porque los profetas divinos vivían según Cristo Jesús. Por esta causa también fueron perseguidos, siendo inspirados por su gracia a fin de que los que son desobedientes puedan ser plenamente persuadidos de que hay un solo Dios que se manifestó a través de Jesucristo su Hijo, que es su Verbo que procede del silencio, el cual en todas las cosas agradó a Aquel que le había enviado.
IX. Así pues, silos que habían andado en prácticas antiguas alcanzaron una nueva esperanza, sin observar ya los sábados, sino moldeando sus vidas según el día del Señor, en el cual nuestra vida ha brotado por medio de Él y por medio de su muerte que algunos niegan —un misterio por el cual nosotros obtuvimos la fe, y por esta causa reSistimos con paciencia, para que podamos ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro solo maestro-, si es así, ¿cómo podremos vivir aparte de Él, siendo así que incluso los profetas, siendo sus discípulos, estaban esperándole como su maestro por medio del Espíritu? Y por esta causa Aquel a quien justamente esperaban, cuando vino, los levantó de los muertos.
X. Por tanto, no seamos insensibles a su bondad. Porque si Él nos imitara según nuestros hechos, estaríamos perdidos. Por esta causa, siendo así que hemos pasado a ser sus discípulos, aprendamos a vivir como conviene al Cristianismo. Porque todo el que es llamado según un nombre diferente de éste, no es de Dios. Por tanto, poned a un lado la levadura vil que se había corrompido y agriado y echad mano de la nueva levadura, que es Jesucristo. Sed salados en Él, que ninguno entre vosotros se pudra, puesto que seréis probados en vuestro sabor. Es absurdo hablar de Jesucristo y al mismo tiempo practicar el Judaísmo. Porque el Cristianismo no creyo (se unió) en el Judaísmo, sino el Judaísmo en el Cristianismo, en el cual toda lengua que creyó fue reunida a Dios.
XI. Ahora bien, digo estas cosas, queridos, no porque haya tenido noticias de que alguno entre vosotros las piense, sino que, como siendo menos que cualquiera de vosotros, quisiera que estuvierais en guardia en todo tiempo, para que no caigáis en los lazos de la doctrina yana; sino estad plenamente persuadidos respecto al nacimiento y la pasión y la resurrección, que tuvieron lugar en el tiempo en que Poncio Pilato era gobernador; porque estas cosas fueron hechas verdadera y ciertamente por Jesucristo nuestra esperanza; de cuya esperanza ninguno de vosotros se desvíe.
XII. Dejadme que me regocije a causa de vosotros en todas las cosas, si soy digno de ello. Porque aunque me hallo en prisiones, con todo no soy comparable a ninguno de vosotros que estáis en libertad, Sé que no sois engreídos; porque tenéis a Jesucristo en vosotros. Y, cuando os alabo, sé que por ello sentís más modestia; como está escrito: El justo se acusa a sí mismo.
XIII. Que vuestra diligencia sea, pues, confirmada en las ordenanzas del Señor y de los apóstoles, para que podáis prosperar en todas las cosas que hagáis en la carne y en el espíritu, por la fe y por el amor, en el Hijo y Padre en el Espíritu, en el comienzo y en el fin, con vuestro reverenciado obispo y con la guirnalda espiritual bien trenzada de vuestro presbiterio, y con los diáconos que andan según Dios. Sed obedientes al obispo y los unos a los otros, como Jesucristo lo era al Padre [según la carne], y como los apóstoles lo eran a Cristo y al Padre, para que pueda haber unión de la carne y el espíritu.
XIV. Sabiendo que estáis llenos de Dios, os he exhortado brevemente. Recordadme en vuestras oraciones, para que yo pueda llegar a Dios; y recordad también a la iglesia que está en Siria, de la cual no soy digno de ser llamado miembro. Porque tengo necesidad de vuestra oración unida y vuestro amor en Dios, para que se le conceda a la iglesia que está en Siria el ser reavivada por el rocío de vuestra ferviente suplicación.
XV. Los efesios de Esmirna os saludan, desde donde os estoy escribiendo. Están aquí conmigo para la gloria de Dios, como tambien estáis vosotros; y me han confortado en todas las cosas, junto con Policarpo, obispo de los esmirneanos. Sí, y todas las otras iglesias os saludan en el honor de Jesucristo. Pasadlo bien en piadosa concordia, y poseed un espíritu firme, que es Jesucristo.
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3 A LOS TRALLIANOS
Ignacio, llamado también Teóforo, a la que es amada por Dios el Padre de Jesucristo; a la santa iglesia que está en Tralles de Asia, elegida y digna de Dios, teniendo paz en la carne y el espíritu por medio de la pasión de Jesucristo, que es nuestra esperanza por medio de nuestra resurrección en Él; iglesia a la cual yo saludo también en la plenitud divina según la forma apostólica, y le deseo abundantes parabienes.
I. He sabido que tenéis una mente intachable y sois firmes en la paciencia, no como hábito, sino por naturaleza, según me ha informado Polibio vuestro obispo, el cual por la voluntad de Dios y de Jesucristo me visitó en Esmirna; y así me regocijé mucho en mis prisiones en Jesucristo, que en él pude contemplar la multitud de todos vosotros. Por tanto, habiendo recibido vuestra piadosa benevolencia de sus manos, di gloria, pues he visto que sois imitadores de Dios, tal como me habían dicho.
II. Porque cuando sois obedientes al obispo como a Jesucristo, es evidente para mí que estáis viviendo no según los hombres sino según Jesucristo, el cual murió por nosotros, para que creyendo en su muerte podamos escapar de la muerte. Es necesario, por tanto, como acostumbráis hacer, que no hagáis nada sin el obispo, sino que seáis obedientes también al presbiterio, como los apóstoles de Jesucristo nuestra esperanza; porque si vivimos en El, también seremos hallados en Él. Y, del mismo modo, los que son diáconos de los misterios de Jesucristo deben complacer a todos los hombres en todas las formas. Porque no son diáconos de carne y bebida sino siervos de la Iglesia de Dios. Es propio, pues, que se mantengan libres de culpa como si fuera fuego.
III. De la misma manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio de Dios y como colegio de los apóstoles. Aparte de ellos no hay ni aun el nombre de iglesia. Y estoy persuadido que pensáis de esta forma en lo que respecta a estas cuestiones; porque he recibido la muestra de vuestro amor, y la tengo conmigo, en la persona de vuestro obispo, cuyo comportamiento es una gran lección, cuya mansedumbre es poder; un hombre a quien creo que incluso los impíos prestan reverencia. Siendo así que os amo, os trato con blandura, aunque es posible que escriba de modo más estricto en su favor; pero no creí que tuviera competencia para hacerlo, y que, siendo un reo, os dé órdenes como si fuera un apóstol.
IV. Tengo muchos pensamientos profundos en Dios; pero procuro tener mesura, no sea que perezca a causa de mi jactancia. Porque ahora debería tener más miedo y no prestar atención a los que quisieran que me enorgulleciera; porque los que me halagan son para mi como un azote. Porque aunque deseo sufrir, con todo no sé seguro si soy digno de ello: porque la envidia del diablo verdaderamente muchos no la ven, pero contra mí está librando una guerra encarnizada. Así pues, ansío ser manso, con lo cual el príncipe de este mundo es reducido a la nada.
V. ¿No soy capaz de escribiros de cosas celestiales? Pero temo que pudiera causaros daño siendo vosotros aún niños. Así que tened paciencia conmigo, para que no os atragantéis no siendo aún capaces de ingerirlas. Porque yo mismo también, a pesar de que estoy en cadenas y puedo comprender cosas celestiales y las formaciones de los ángeles y las revistas de los príncipes, cosas visibles y cosas invisibles, yo mismo, no por esta razon soy un discípulo. Porque carecemos de muchas cosas, para que no nos falte Dios.
VI. Os exhorto, pues —aunque no yo, sino el amor de Jesucristo-, que toméis sólo el alimento cristiano, y os abstengáis de forraje extraño, que es herejía; porque estos hombres incluso mezclan veneno con Jesucristo, imponiéndose a los otros con la pretensión de honradez y sinceridad, como personas que administran una porción letal con vino y miel, para que uno no lo reconozca, y no tema, y beba la muerte con un deleite fatal.
VII. Estad, pues, en guardia contra estos hombres. Y será así ciertamente si no os envanecéis y si sois inseparables de [Dios] Jesucristo y del obispo y de las ordenanzas de los apóstoles. El que está dentro del santuario es limpio; el que está fuera del santuario no es limpio; esto es, el que hace algo sin el obispo y el presbiterio y los diáconos, este hombre no tiene limpia la conciencia.
VIII. No es, realmente, que haya sabido de alguna cosa así entre vosotros, pero estoy velando sobre vosotros siempre, como amados míos, porque veo con antelación los lazos del diablo. Por tanto armaos de mansedumbre y cubríos de la fe que es la carne del Señor, y el amor que es la sangre de Jesucristo. Que ninguno tenga inquina o rencor alguno contra su prójimo. No deis ocasión a los gentiles, para que no ocurra que por algunos necios la multitud de los píos sea blasfemada; porque Ay de aquel por cuya vanidad mi nombre es blasfemado delante de algunos.
IX. Sed sordos, pues, cuando alguno os hable aparte de Jesucristo, que era de la raza de David, que era el Hijo de María, que verdaderamente nació y comió y bebió y fue ciertamente perseguido bajo Poncio Pilato, fue verdaderamente crucificado y murió a la vista de los que hay en el cielo y los que hay en la tierra y los que hay debajo de la tierra; el cual, además, verdaderamente resucitó de los muertos, habiéndolo resucitado su Padre, el cual, de la misma manera nos levantará a nosotros los que hemos creído en El —su Padre, digo, nos resucitará—, en Cristo Jesús, aparte del cual no tenemos verdadera vida.
X. Pero si fuera como ciertas personas que no son creyentes, sino impías, y dicen que Él sufrió sólo en apariencia, siendo ellos mismos mera apariencia, ¿por qué, pues, estoy yo en cadenas? Y ¿por qué también deseo enfrentarme con las fieras? Si es así, muero en vano. Verdaderamente estoy mintiendo contra el Señor.
XI. Evitad, pues, estos viles retoños que producen un fruto mortal, que si uno lo prueba, al punto muere. Porque estos hombres no son plantados por el Padre; porque si lo fueran, se vería que son ramas de la cruz, y su fruto imperecedero —la cruz por la cual El, por medio de su pasión, nos invita, siendo sus miembros—. Ahora bien, no es posible hallar una cabeza sin miembros, siendo así que Dios promete unión, y esta unión es Él mismo.
XII. Os saludo desde Esmirna, junto con las iglesias de Dios que están presentes conmigo; hombres que me han confortado en todas formas, tanto en la carne como en el espíritu. Mis cadenas, que llevo por amor a Jesucristo, os exhortan suplicando que yo pueda llegar a Dios; permaneced en vuestra concordia y en oración los unos con los otros. Porque os conviene a cada uno de vosotros, y de modo más especial a los presbíteros, el alegrar el alma de vuestro obispo en el honor del Padre [y en el honor] de Jesucristo y de los apóstoles. Ruego que me prestéis atención en amor, para que no sea yo testimonio contra vosotros por haberos escrito estas cosas. Y rogad, también, vosotros por mí, que tengo necesidad de vuestro amor en la misericordia de Dios, para que me sea concedida la suerte que ansío alcanzar, a fin de que no sea hallado reprobado.
XIII. El amor de los esmirneanos y los efesios os saluda. Recordad en vuestras oraciones a la iglesia que está en Siria; de la cual [además] no soy digno de ser llamado miembro, siendo el último de ellos. Pasadlo bien en Jesucristo, sometiéndoos al obispo como al mandamiento, y del mismo modo al presbiterio; y cada uno de vosotros ame al otro con corazón indiviso. Mi espíritu es ofrecido por vosotros, no sólo ahora, sino también cuando llegue a Dios. Porque todavía estoy en peligro; pero el Padre es fiel en Jesucristo para satisfacer mi petición y la vuestra. Que podamos ser hallados intachables en Él.
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4 A LOS ROMANOS
Ignacio, que es llamado también Teóforo, a aquella que ha hallado misericordia en la benevolencia del Padre Altísimo y de Jesucristo su único Hijo; a la iglesia que es amada e iluminada por medio de la voluntad de Aquel que quiso todas las cosas que son, por la fe y el amor a Jesucristo nuestro Dios; a la que tiene la presidencia en el territorio de la región de los romanos, siendo digna de Dios, digna de honor, digna de parabienes, digna de alabanza, digna de éxito, digna en pureza, y teniendo la presidencia del amor, andando en la ley de Cristo y llevando el nombre del Padre; iglesia a la cual yo saludo en el nombre de Jesucristo el Hijo del Padre; a los que en la carne y en el espíritu están unidos a cada uno de sus mandamientos, siendo llenos de la gracia de Dios sin fluctuación, y limpiados de toda mancha extraña; salutaciones abundantes en Jesucristo nuestro Dios en su intachabilidad.
I. Por cuanto como respuesta de mi oración a Dios me ha sido concedido ver vuestros rostros piadosos, de modo que he obtenido aún más de lo que había pedido; porque llevando cadenas en Cristo Jesús espero saludaros, si es la divina voluntad que sea contado digno de llegar hasta el fin; porque el comienzo ciertamente esta bien ordenado, si es que alcanzo la meta, para que pueda recibir mi herencia sin obstáculo. Porque temo vuestro mismo amor, que no me cause daño; porque a vosotros os es fácil hacer lo que queréis, pero para mí es difícil alcanzar a Dios, a menos que seáis clementes conmigo.
II. Porque no quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios, como en realidad le agradáis. Porque no voy a tener una oportunidad como ésta para llegar a Dios, ni vosotros, si permanecéis en silencio, podéis obtener crédito por ninguna obra más noble. Porque si permanecéis en silencio y me dejáis solo, soy una palabra de Dios; pero si deseáis mi carne, entonces nuevamente seré un mero grito (tendré que correr mi carrera). [Es más], no me concedáis otra cosa que el que sea derramado como una libación a Dios en tanto que hay el altar preparado; para que formando vosotros un coro en amor, podáis cantar al Padre en Jesucristo, porque Dios ha concedido que (yo) el obispo de Siria se halle en el Occidente, habiéndolo llamado desde el Oriente. Es bueno para mí emprender la marcha desde el mundo hacia Dios, para que pueda elevarme a Él.
III. Nunca habéis recibido a nadie de mala gana; fuisteis los instructores de otros. Y mi deseo es que las lecciones que impartís como maestros las confirméis. Rogad, sólo, que yo tenga poder por dentro y por fuera, de modo que no sólo pueda decirlo, sino también desearlo; que pueda no sólo ser llamado cristiano, sino que lo sea de veras. Porque si resulto serlo, entonces puedo ser tenido como tal, y considerado fiel, cuando ya no sea visible al mundo. Nada visible es bueno. Porque Dios nuestro Dios Jesucristo, estando en el Padre, es el que es más fácilmente manifestado. La obra no es ya de persuasión, sino que el Cristianismo es una cosa de poder, siempre que sea aborrecido por el mundo.
IV. Escribo a todas las iglesias, y hago saber a todos que de mi propio libre albedrío muero por Dios, a menos que vosotros me lo estorbéis. Os exhorto, pues, que no uséis de una bondad fuera de sazón. Dejadme que sea entregado a las fieras puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro [de Cristo]. Antes atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré verdaderamente un discípulo de Jesucristo, cuando el mundo ya no pueda ver mi cuerpo. Rogad al Señor por mí, para que por medio de estos instrumentos pueda ser hallado un sacrificio para Dios. No os mando nada, cosa que hicieron Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo soy un reo; ellos eran libres, pero yo soy un esclavo en este mismo momento. Con todo, cuando sufra, entonces seré un hombre libre de Jesucristo, y seré levantado libre en Él. Ahora estoy aprendiendo en mis cadenas a descartar toda clase de deseo.
V. Desde Siria hasta Roma he venido luchando con las fieras, por tierra y por mar, de día y de noche, viniendo atado entre diez leopardos, o sea, una compañía de soldados, los cuales, cuanto más amablemente se les trata, peor se comportan. Sin embargo, con sus maltratos paso a ser de modo más completo un discípulo; pese a todo, no por ello soy justificado. Que pueda tener el gozo de las fieras que han sido preparadas para mí; y oro para que pueda hallarlas pronto; es más, voy a atraerlas para que puedan devorarme presto, no como han hecho con algunos, a los que han rehusado tocar por temor. Así, si es que por sí mismas no están dispuestas cuando yo lo estoy, yo mismo voy a forzarlas. Tened paciencia conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy empezando a ser un discípulo. Que ninguna de las cosas visibles e invisibles sientan envidia de mí por alcanzar a Jesucristo. Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras [dentelladas y magullamientos], huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo.
VI. Los confines más alejados del universo no me servirán de nada, ni tampoco los reinos de este mundo. Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra. A Aquél busco, que murió en lugar nuestro; a Aquél deseo, que se levantó de nuevo [por amor a nosotros]. Los dolores de un nuevo nacimiento son sobre mí. Tened paciencia conmigo, hermanos. No me impidáis el vivir; no deseéis mi muerte. No concedáis al mundo a uno que desea ser de Dios, ni le seduzcáis con cosas materiales. Permitidme recibir la luz pura. Cuando llegue allí, entonces seré un hombre. Permitidme ser un imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno le tiene a Él consigo, que entienda lo que deseo, y que sienta lo mismo que yo, porque conoce las cosas que me están estrechando.
VII. El príncipe de este mundo de buena gana me despedazaría y corrompería mi mente que mira a Dios. Que ninguno de vosotros que estéis cerca, pues, le ayude. Al contrario, poneos de mi lado, esto es, del lado de Dios. No habléis de Jesucristo y a pesar de ello deseéis el mundo. Que no haya envidia en vosotros. Aun cuando yo mismo, cuando esté con vosotros, os ruegue, no me obedezcáis; sino más bien haced caso de las cosas que os he escrito. [Porque] os estoy escribiendo en plena vida, deseando, con todo, la muerte. Mis deseos personales han sido crucificados, y no hay fuego de anhelo material alguno en mí, sino sólo agua viva +que habla+ dentro de mí, diciéndome: Ven al Padre. No tengo deleite en el alimento de la corrupción o en los deleites de esta vida. Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de David; y por bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible.
VIII. Ya no deseo vivir según la manera de los hombres; y así será si vosotros lo deseáis. Deseadlo, pues, y que vosotros también seáis deseados (y así vuestros deseos serán cumplidos). En una breve carta os lo ruego; creedme. Y Jesucristo os hará manifiestas estas cosas (para que sepáis) que yo digo la verdad —Jesucristo, la boca infalible por la que el Padre ha hablado [verdaderamente]—. Rogad por mí, para que pueda llegar [por medio del Espíritu Santo]. No os escribo según la carne, sino según la mente de Dios. Si sufro, habrá sido vuestro (buen) deseo; si soy rechazado, habrá sido vuestro aborrecimiento.
IX. Recordad en vuestras oraciones a la iglesia que está en Siria, que tiene a Dios como su pastor en lugar mío. Jesucristo sólo será su obispo —El y vuestro amor—. Pero en cuanto a mí, me avergüenzo de ser llamado uno de ellos; porque ni soy digno, siendo como soy el último de todos ellos y nacido fuera de sazón; pero he hallado misericordia para que sea alguien si es que llego a Dios. Mi espíritu os saluda, y el amor de las iglesias que me han recibido en el nombre de Jesucristo, no como mero transeúnte: porque incluso aquellas iglesias que no se hallan en mi ruta según la carne vinieron a verme de ciudad en ciudad.
X. Ahora os escribo estas cosas desde Esmirna por mano de los efesios, que son dignos de todo parabién. Y Crocus también, un nombre que me es muy querido, está conmigo, y muchos otros también.
Por lo que se refiere a los que fueron antes que yo de Siria a Roma para la gloria de Dios, creo que ya habéis recibido instrucciones; hacedles saber que estoy cerca; porque ellos son todos dignos de Dios y de vosotros, y es bueno que renovéis su vigor en todas las cosas. Estas cosas os escribo el día 9º antes de las calendas de septiembre. Pasadlo bien hasta el fin en la paciente espera de Jesucristo.
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5 A LOS FILADELFIANOS
Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo, que está en Filadelfia de Asia, que ha hallado misericordia y está firmemente afianzada en la concordia de Dios y se regocija en la pasión de nuestro Señor y en su resurrección sin vacilar, estando plenamente provista de toda misericordia; iglesia a la cual saludo en la sangre de Jesucristo, que es gozo eterno y permanente; más especialmente si son unánimes con el obispo y los presbíteros que están con él, y con los diáconos que han sido nombrados en conformidad con la mente de Jesucristo, a los cuales Él de su propia voluntad ha confirmado y afianzado en su Santo Espíritu.
I. He hallado que este obispo vuestro ostenta el ministerio que pertenece al bienestar común, no por sí mismo o por medio de hombres, ni para vanagloria, sino en el amor de Dios y el Padre y el Señor Jesucristo. Estoy maravillado de su longanimidad; cuyo silencio es más poderoso que el hablar de los otros. Porque está en consonancia y armonía con los mandamientos como una lira con sus cuerdas. Por lo cual mi alma bendice su mente piadosa, porque he visto que es virtuoso y perfecto —incluso su temperamento calmado y sereno, viviendo en toda tolerancia de piedad—.
II. Como hijos, pues, [de la luz] de la verdad, evitad las divisiones y las doctrinas falsas; y allí donde está el pastor, seguidle como ovejas. Porque muchos lobos engañosos con deleites fatales se llevan cautivos a los que corren en la carrera de Dios; pero, cuando estéis unidos, no hallarán oportunidades.
III. Absteneos de las plantas nocivas, que no son cultivadas por Jesucristo, porque no son plantadas por el Padre. No que haya hallado divisiones entre vosotros, pero sí filtración. Porque todos los que son de Dios y de Jesucristo están con los obispos; y todos los que se arrepientan y entren en la unidad de la Iglesia, éstos también serán de Dios, para que puedan vivir según Jesucristo. No os dejéis engañar, hermanos míos. Si alguno sigue a otro que hace un cisma, no heredará el reino de Dios. Si alguno anda en doctrina extraña, no tiene comunión con la pasión.
IV. Sed cuidadosos, pues, observando una eucanstía (porque hay una carne de nuestro Señor Jesucristo y una copa en unión en su sangre; hay un altar, y hay un obispo, junto con el presbiterio y los diáconos mis consiervos), para que todo lo que hagáis sea según Dios.
V. Hermanos míos, mi corazón rebosa de amor hacia vosotros; y regocijándome sobremanera velo por vuestra seguridad; con todo, no soy yo, sino Jesucristo; y el llevar sus cadenas aún me produce más temor, por cuanto aún no he sido perfeccionado. Pero vuestras oraciones me harán perfecto [hacia Dios], refugiándome en el Evangelio como la carne de Jesús, y en los apóstoles como el presbiterio de la Iglesia. Sí, y amamos a los profetas también, porque nos señalaron el Evangelio en su predicación y ponían su esperanza en Él y le aguardaban; y teniendo fe en Él fueron salvados en la unidad de Jesucristo, siendo dignos de todo amor y admiración como hombres santos, aprobados por Jesucristo y contados juntos en el Evangelio de nuestra esperanza común.
VI. Pero si alguno propone el Judaísmo entre vosotros no le escuchéis, porque es mejor escuchar el Cristianismo de uno que es circuncidado que escuchar el Judaísmo de uno que es incircunciso. Pero si tanto el uno como el otro no os hablan de Jesucristo, yo los tengo como lápidas de cementerio y tumbas de muertos, en las cuales están escritos sólo los nombres de los hombres. Evitad, pues, las artes malvadas y las intrigas del príncipe de este mundo, no suceda que seáis destruidos con sus ardides y os debilitéis en vuestro amor. Sino congregaos en asamblea con un corazón indiviso. Y doy gracias a mi Dios que tengo buena conciencia de mis tratos con vosotros, y nadie puede jactarse, sea en secreto o en público, de que yo haya impuesto carga para ninguno, sea en cosas pequeñas o grandes. Sí, y ruego a Dios, para todos aquellos a quienes haya hablado, que no transformen mis palabras en testimonio en contra de ellos mismos.
VII. Porque aun cuando ciertas personas han deseado engañarme según la carne, con todo, el espíritu no es engañado, siendo de Dios; porque sabe de dónde viene y adónde va, y escudriña las cosas escondidas. Porque, cuando estuve entre vosotros, clamé, hablé en voz alta, con la voz propia de Dios: Prestad atención al obispo y al presbiterio y a los diáconos. Pese a ello, había algunos que sospechaban que yo decía esto porque conocía de antemano la división de algunas personas. Pero Aquel por quien estoy atado me es testigo de que no lo supe por medio de carne de hombre; fue la predicación del Espíritu que hablaba de esta forma: No hagáis nada sin el obispo; mantened vuestra carne como un templo de Dios; amad la unión; evitad las divisiones; sed imitadores de Jesucristo como Él mismo lo era de su Padre.
VIII. Yo hice, pues, mi parte, como un hombre amante de la unión. Pero allí donde hay división e ira, allí no reside Dios. Ahora bien, el Señor perdona a todos los hombres cuando se arrepienten, si al arrepentirse regresan a la unidad de Dios y al concilio del obispo. Tengo fe en la gracia de Jesucristo, que os librará de toda atadura; y os ruego que no hagáis nada en espíritu de facción, sino según la enseñanza de Cristo. Porque he oído a ciertas personas que decían: Si no lo encuentro en las escrituras fundacionales (antiguas), no creo que esté en el Evangelio. Y cuando les dije: Está escrito, me contestaron: Esto hay que probarlo. Pero, para mí, mi escritura fundacional es Jesucristo, la carta inviolable de su cruz, y su muerte, y su resurrección, y la fe por medio de Él; en la cual deseo ser justificado por medio de vuestras oraciones.
IX. Los sacerdotes también eran buenos, pero mejor es el Sumo Sacerdote al cual se encomienda el lugar santísimo; porque sólo a El son encomendadas las cosas escondidas de Dios; siendo Él mismo la puerta del Padre, por la cual entraron Abraham e Isaac y Jacob, y los profetas y los apóstoles y toda la Iglesia; y todas estas cosas se combinan en la unidad de Dios. Pero el Evangelio tiene una preeminencia singular en el advenimiento del Salvador, a saber, nuestro Señor Jesucristo, y su pasión y resurrección. Porque los amados profetas en su predicación le señalaban a Él; pero el Evangelio es el cumplimiento y perfección de la inmortalidad. Todas las cosas juntas son buenas si creéis por medio del amor.
X. Siendo así que, en respuesta a vuestra oración y a la tierna simpatía que tenéis en Jesucristo, se me ha dicho que la iglesia que está en Antioquía de Siria tiene paz, os corresponde, como iglesia de Dios, el designar a un diácono que vaya allí como embajador de Dios, para que pueda darles el parabién cuando se congreguen y puedan glorificar el Nombre. Bienaventurado en Jesucristo es el que será considerado digno de este servicio; y vosotros seréis glorificados. Ahora, pues, si lo deseáis, no os será imposible hacer esto por el nombre de Dios; tal como las iglesias que están más cerca han enviado obispos, y otras presbíteros y diáconos.
XI. Pero, por lo que se refiere a Filón, el diácono de Cilicia, un hombre de buen nombre, que ahora también me sirve a mí en el nombre de Dios, junto con Rhaius Agathopus, uno de los elegidos que me sigue desde Siria, que se ha despedido de esta vida presente; éstos dan testimonio en favor vuestro —y yo mismo doy gracias a Dios por causa de vosotros, porque los recibisteis, como confío que el Señor os recibirá a vosotros—. Pero que los que los han tratado con desprecio sean redimidos (perdonados) por la gracia de Jesucristo. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda; desde donde yo también os escribo por mano de Burrhus, que fue enviado conmigo por los efesios y los esmirneanos como marca de honor. El Señor los honrará, a saber, Jesucristo, en quien está puesta su esperanza en la carne, el alma y el espíritu, por la fe, el amor y la concordia. Pasadlo bien en Cristo Jesús, nuestra común esperanza.
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6 A LOS ESMIRNEANOS
Ignacio, llamado también Teóforo, a la iglesia de Dios el Padre y de Jesucristo el Amado, que ha sido dotada misericordiosamente de toda gracia, y llena de fe y amor y no careciendo de ninguna gracia, reverente y ostentando santos tesoros; a la iglesia que está en Esmirna, en Asia, en un espíritu intachable y en la palabra de Dios, abundantes salutaciones.
I. Doy gloria a Jesucristo el Dios que os concede tal sabiduría; porque he percibido que estáis afianzados en fe inamovible, como si estuvierais clavados a la cruz del Señor Jesucristo, en carne y en espíritu, y firmemente arraigados en amor en la sangre de Cristo, plenamente persuadidos por lo que se refiere a nuestro Señor que Él es verdaderamente del linaje de David según la carne, pero Hijo de Dios por la voluntad y poder divinos, verdaderamente nacido de una virgen y bautizado por Juan para que se cumpliera en El toda justicia, verdaderamente clavado en cruz en la carne por amor a nosotros bajo Poncio Pilato y Herodes el Tetrarca (del cual somos fruto, esto es, su más bienaventurada pasión); para que Él pueda alzar un estandarte para todas las edades por medio de su resurrección, para sus santos y sus fieles, tanto si son judíos como gentiles, en el cuerpo único de su Iglesia.
II. Porque Él sufrió todas estas cosas por nosotros [para que pudiéramos ser salvos]; y sufrió verdaderamente, del mismo modo que resucitó verdaderamente; no como algunos que no son creyentes dicen que sufrió en apariencia, y que ellos mismos son mera apariencia. Y según sus opiniones así les sucederá, porque son sin cuerpo y como los demonios.
III. Porque sé y creo que El estaba en la carne incluso después de la resurrección; y cuando El se presentó a Pedro y su compañía, les dijo: Poned las manos sobre mí y palpadme, y ved que no soy un demonio sin cuerpo. Y al punto ellos le tocaron, y creyeron, habiéndose unido a su carne y su sangre. Por lo cual ellos despreciaron la muerte, es más, fueron hallados superiores a la muerte. Y después de su resurrección Él comió y bebió con ellos como uno que está en la carne, aunque espiritualmente estaba unido con el Padre.
IV. Pero os amonesto de estas cosas, queridos, sabiendo que pensáis lo mismo que yo. No obstante, estoy velando siempre sobre vosotros para protegeros de las fieras en forma humana —hombres a quienes no sólo no deberíais recibir, sino, si fuera posible, ni tan sólo tener tratos [con ellos]; sólo orar por ellos, por si acaso se pueden arrepentir—. Esto, verdaderamente, es difícil, pero Jesucristo, nuestra verdadera vida, tiene poder para hacerlo. Porque si estas cosas fueron hechas por nuestro Señor sólo en apariencia, entonces yo también soy un preso en apariencia. Y ¿por qué, pues, me he entregado a mí mismo a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras? Pero cerca de la espada, cerca de Dios; en compañía de las fieras, en compañía de Dios. Sólo que sea en el nombre de Jesucristo, de modo que podamos sufrir juntamente con Él. Sufro todas las cosas puesto que Él me capacita para ello, el cual es el Hombre perfecto.
V. Pero ciertas personas, por ignorancia, le niegan, o más bien han sido negadas por Él, siendo abogados de muerte en vez de serlo de la verdad; y ellos no han sido persuadidos por las profecías ni por la ley de Moisés, ni aun en esta misma hora por el Evangelio, ni por los sufrimientos de cada uno de nosotros; porque ellos piensan también lo mismo con respecto a nosotros. Porque, ¿qué beneficio me produce [a mí] si un hombre me alaba pero blasfema de mi Señor, no confesando que Él estaba en la carne? Pero el que no lo afirma, con ello le niega por completo y él mismo es portador de un cadáver. Pero sus nombres, siendo incrédulos, no considero apropiado registrarlos por escrito; es más, lejos esté de mí el recordarlos, hasta que se arrepientan y regresen a la pasión, que es nuestra resurreción.
VI. Que ninguno os engañe. Incluso a los seres celestiales y a los ángeles gloriosos y a los gobernantes visibles e invisibles, si no creen en la sangre de Cristo [que es Dios], les aguarda también el juicio. El que recibe, que reciba. Que los cargos no envanezcan a ninguno, porque la fe y el amor lo son todo en todos, y nada tiene preferencia antes que ellos. Pero observad bien a los que sostienen doctrina extraña respecto a la gracia de Jesucristo que vino a vosotros, que éstos son contrarios a la mente de Dios. No les importa el amor, ni la viuda, ni el huérfano, ni el afligido, ni el preso, ni el hambriento o el sediento. Se abstienen de la eucaristía (acción de gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y a quien el Padre resucitó por su bondad.
VII. Así pues, los que contradicen el buen don de Dios perecen por ponerlo en duda. Pero sería conveniente que tuvieran amor, para que también pudieran resucitar. Es, pues, apropiado, que os abstengáis de los tales, y no les habléis en privado o en público; sino que prestéis atención a los profetas, y especialmente al Evangelio, en el cual se nos muestra la pasión y es realizada la resurrección.
VIII. [Pero] evitad las divisiones, como el comienzo de los males. Seguid todos a vuestro obispo, como Jesucristo siguió al Padre, y al presbiterio como los apóstoles; y respetad a los diáconos, como el mandamiento de Dios. Que nadie haga nada perteneciente a la Iglesia al margen del obispo. Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el obispo, allí debe estar el pueblo; tal como allí donde está Jesús, allí está la iglesia universal. No es legítimo, aparte del obispo, ni bautizar ni celebrar una fiesta de amor; pero todo lo que él aprueba, esto es agradable también a Dios; que todo lo que hagáis sea seguro y válido.
IX. Es razonable, pues, que velemos y seamos sobrios, en tanto que tengamos [todavía] tiempo para arrepentimos y volvernos a Dios. Es bueno reconocer a Dios y al obispo. El que honra al obispo es honrado por Dios; el que hace algo sin el conocimiento del obispo rinde servicio al diablo. Que todas las cosas, pues, abunden para vosotros en gracia, porque sois dignos. Vosotros fuisteis para mí un refrigerio en todas las cosas; que Jesucristo lo sea para vosotros. En mi ausencia y en mi presencia me amasteis. Que Dios os recompense; por amor al cual sufro todas las cosas, para que pueda alcanzarle.
X. Hicisteis bien en recibir a Filón y a Rhaius Agathopus, que me siguieron en la causa de Dios como ministros de [Cristo] Dios; los cuales también dan gracias al Señor por vosotros, porque les disteis refrigerio en toda forma. No se perderá nada para vosotros. Mi espíritu os es devoto, y también mis ataduras, que no despreciasteis ni os avergonzasteis de ellas. Ni tampoco Él, que es la fidelidad perfecta, se avergonzará de vosotros, a saber, Jesucristo.
XI. Vuestra oración llegó a la iglesia que está en Antioquía de Siria; de donde, viniendo como preso en lazos de piedad, saludo a todos los hombres, aunque yo no soy digno de pertenecer a ella, siendo el último de ellos. Por la voluntad divina esto me fue concedido, no que yo contribuyera a ello, sino por la gracia de Dios, que ruego pueda serme dada de modo perfecto, para que por medio de vuestras oraciones pueda llegar a Dios. Por tanto, para que vuestra obra pueda ser perfeccionada tanto en la tierra como en el cielo, es conveniente que vuestra iglesia designe, para el honor de Dios, un embajador de Dios que vaya hasta Siria y les dé el parabién porque están en paz, y han recobrado la estatura que les es propia, y se les ha restaurado a la dimensión adecuada. Me parece apropiado, pues, que enviéis a alguno de los vuestros con una carta, para que pueda unirse a ellos dando gloria por la calma que les ha llegado, por la gracia de Dios, y porque han llegado a un asilo de paz por medio de vuestras oraciones. Siendo así que sois perfectos, que vuestros consejos sean también perfectos; porque si deseáis hacer bien, Dios está dispuesto a conceder los medios.
XII. El amor de los hermanos que están en Troas os saluda; de donde también os escribo por la mano de Burrhus, a quien enviasteis vosotros a mí juntamente con los efesios vuestros hermanos. Burrhus ha sido para mí un refrigerio en todas formas. Quisiera que todos le imitaran, porque es un ejemplo del ministerio de Dios. La gracia divina le recompense en todas las cosas. Os saluda. Saludo a vuestro piadoso obispo y a vuestro venerable presbiterio [y] a mis consiervos los diáconos, y a todos y cada uno y en un cuerpo, en el nombre de Jesucristo, y en su carne y sangre, en su pasión y resurrección, que fue a la vez carnal y espiritual, en la unidad de Dios y de vosotros. Gracias a vosotros, misericordia, paz, paciencia, siempre.
XIII. Saludo a las casas de mis hermanos con sus esposas e hijos, y a las vírgenes que son llamadas viudas. Os doy la despedida en el poder del Padre. Filón, que está conmigo, os saluda. Saludo a la casa de Gavia, y ruego que esté firme en la fe y el amor tanto de la carne como del espíritu. Saludo a Alce, un nombre que me es querido, y a Daphnus el incomparable, y a Eutecnus, y a todos por su nombre. Pasadlo bien en la gracia de Dios.
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7 A POLICARPO
Ignacio, llamado también Teóforo, a Policarpo, que es obispo de la iglesia de Esmirna, o más bien que tiene por su obispo a Dios el Padre y a Jesucristo, saludos en abundancia.
I. Dando la bienvenida a tu mente piadosa que está afianzada como si fuera en una roca inconmovible, doy gloria sobremanera de que me haya sido concedido ver tu faz intachable, por la cual tengo gran gozo en Dios. Te exhorto por la gracia de la cual estás revestido que sigas adelante en tu curso y en exhortar a todos los hombres para que puedan ser salvos. Reivindica tu cargo con toda diligencia de carne y de espíritu. Procura que haya unión, pues no hay nada mejor que ella. Soporta a todos, como el Señor te soporta. Toléralo todo con amor, tal como haces. Entrégate a oraciones incesantes. Pide mayor sabiduría de la que ya tienes. Sé vigilante, y evita que tu espíritu se adormile. Habla a cada hombre según la manera de Dios. Sobrelleva las dolencias de todos, como un atleta perfecto. Allí donde hay más labor, hay mucha ganancia.
II. Si amas a los entendidos, esto no es nada que haya que agradecérsete. Más bien somete a los más impertinentes por medio de la mansedumbre. No todas las heridas son sanadas por el mismo ungüento. Suaviza los dolores agudos con fomentos. Sé prudente como la serpiente en todas las cosas e inocente siempre como la paloma. Por esto estás hecho de carne y espíritu, para que puedas desempeñar bien las cosas que aparecen ante tus ojos; y en cuanto a las cosas invisibles, ruega que te sean reveladas, para que no carezcas de nada, sino que puedas abundar en todo don espiritual. Los tiempos te lo requieren, como los pilotos requieren vientos, o un marino zarandeado por la tormenta (busca) un asilo, para poder llegar a Dios. Sé sobrio, como atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, con respecto a la cual ya estás persuadido. En todas las cosas te soy afecto, yo y mis cadenas, que tú estimaste.
III. No te desmayes por los que parecen ser dignos de crédito y, pese a todo, enseñan doctrina extraña. Mantente firme como un yunque cuando lo golpean. A un gran atleta le corresponde recibir golpes y triunfar. Pero por amor de Dios hemos de soportar todas las cosas, para que El nos soporte a nosotros. Sé, pues, más diligente de lo que eres. Marca las estaciones. Espera en Aquel que está por encima de toda estación, el Eterno, el Invisible, que se hizo visible por amor a nosotros, el Impalpable, el Impasible, que sufrió por amor a nosotros, que sufrió en todas formas por amor a nosotros.
IV. Que no se descuide a las viudas. Después del Señor sé tú su protector. Que no se haga nada sin tu consentimiento; ni hagas nada tú sin el consentimiento de Dios, como no lo haces. Mantente firme. Que se celebren reuniones con más frecuencia. Dirígete a todos por su nombre. No desprecies a los esclavos, sean hombres o mujeres. Pero no permitas que éstos se engrían, sino que sirvan más fielmente para la gloria de Dios, para que puedan obtener una libertad mejor de Dios. Que no deseen ser puestos en libertad a expensas del pueblo, para que no. sean hallados esclavos de su (propia) codicia.
V. Evita las malas artes, o más bien evita incluso la conversación o plática sobre ellas. Di a mis hermanas que amen al Señor y estén contentas con sus maridos en la carne y en el espíritu. De la misma manera encargo a mis hermanos en el nombre de Jesucristo que amen a sus esposas, como el Señor amó a la Iglesia. Si alguno puede permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, que lo haga sin jactarse. Si se jacta, está perdido; y si llega a ser conocido más que el obispo, está contaminado. Es apropiado que todos los hombres y mujeres, también, cuando se casan, se unan con el consentimiento del obispo, para que el matrimonio sea según el Señor y no según concupiscencia. Que todas las cosas se hagan en honor de Dios.
VI. Prestad atención al obispo, para que Dios también os ténga en cuenta. Yo soy afecto a los que están sometidos al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. Que me sea concedido el tener mi porción con ellos en la presencia de Dios. Laborad juntos los unos con los otros, luchad juntos, corred juntos, sufrid juntos, reposad juntos, levantaos juntos, como mayordomos y asesores y ministros de Dios. Agradad al Capitán en cuyo ejército servís, del cual también habéis de recibir la paga. Que ninguno sea hallado desertor. Que vuestro bautismo permanezca en vosotros como vuestro escudo; vuestra fe como vuestro yelmo; vuestro amor como vuestra lanza; vuestra paciencia como la armadura del cuerpo. Que vuestras obras sean vuestras garantías, para que podáis recibir los haberes que se os deben. Por tanto, sed pacientes unos con otros en mansedumbre, como Dios con vosotros. Que siempre pueda tener gozo de vosotros.
VII. Siendo así que la iglesia que está en Antioquía de Siria tiene paz, según se me ha informado, por medio de vuestras oraciones, ello ha sido una gran consolación para mí, puesto que Dios ha eliminado mi preocupación; si es posible, que a través del sufrimiento pueda llegar a Dios, para que sea tenido como discípulo, mediante vuestra intercesión. Te conviene, muy bienaventurado Policarpo, convocar un concilio piadoso y elegir a alguno entre vosotros, a quien tú quieras y que sea celoso también, y que sea digno de llevar el nombre de correo de Dios —para que se le nombre, digo, y que vaya a Siria y glorifique vuestro celoso amor para la gloria de Dios—. Un cristiano no tiene autoridad sobre sí mismo, sino que da su tiempo a Dios. Esta es la obra de Dios, y la vuestra también, cuando la terminéis; porque confío en la gracia divina que estáis dispuestos a hacer un acto benéfico que es apropiado para Dios. Conociendo el fervor de tu sinceridad, te he exhortado en una carta breve.
VIII. Como no he podido escribir a todas las iglesias debido a que parto súbitamente de Troas para Neápolis, según manda la voluntad divina, escribirás tú a las iglesias nombradas delante, como uno que conoce el propósito de Dios, con miras a que ellos hagan también lo mismo: que los que puedan, envíen mensajeros, y el resto canas por las personas enviadas por ti, para que puedan ser glorificados por un acto que siempre sera recordado; porque esto es digno de ti.
Saludo a todos por nombre, en especial a la esposa de Epitropo, con toda su casa y sus hijos. Saludo a Attalus, amado mío. Saludo también al que será designado para ir a Siria. La gracia será con él siempre, y con Policarpo que le envía. Mis mejores deseos siempre en nuestro Dios Jesucristo, en quien permanecéis en la unidad y supervisión de Dios. Saludo a Alce, un nombre muy querido para mí. Pasadlo bien en el Señor.
Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es
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