martes, 13 de octubre de 2009

Martirio de Policarpio

EPÍSTOLA DE LA IGLESIA DE ESMIRNA A LA DE FILOMELIO

(Martirio de Policarpo)

La Iglesia de Dios que reside en Esmirna a la Iglesia de Dios que reside en Filomelio, y a todas las fraternidades de la santa y universal Iglesia que reside en todo lugar, misericordia y paz y amor de Dios el Padre y nuestro Señor Jesucristo os sean multiplicados.

I. Os escribimos, hermanos, un relato de lo que sucedió a los que sufrieron martirio, y en especial al bienaventurado Policarpo, que puso fin a la persecución, habiendo puesto sobre ella, por así decirlo, el sello de su martirio. Porque casi todos los sucesos antes mencionados acaecieron para que el Señor pudiera mostrarnos una vez más un ejemplo de martirio que es conforme al Evangelio. Porque fue demorándolo para que pudiera ser entregado, como hizo el Señor, con miras a que nosotros también pudiéramos ser imitadores suyos, no mirando sólo a lo que nos afecta a nosotros, sino también a lo que afecta a nuestros prójimos. Porque incumbe al amor verdadero y firme no sólo desear ser uno salvado, sino también que lo sean los hermanos.

II. Benditos y nobles son, pues, todos los martirios que tienen lugar según la voluntad de Dios (porque nos corresponde ser muy escrupulosos y asignar a Dios el poder sobre todas las cosas). Porque, ¿quién podría dejar de admirar su nobleza y resistencia paciente y lealtad al Señor, siendo así que cuando eran desgarrados por los azotes, de modo que el interior de su carne quedaba visible incluso hasta las venas y arterias de dentro, lo soportaban con paciencia, de modo que los mismos que lo contemplaban tenían compasión y lloraban; en tanto que ellos mismos alcanzaban un grado tal de valor que ninguno de ellos lanzó un grito o un gemido, mostrándonos con ello a todos que en aquella hora los mártires de Cristo que eran torturados estaban ausentes de la carne, o, mejor dicho, que el Señor estaba presente y en comunión con ellos? Y prestando atención a la gracia de Cristo, despreciaban las torturas del mundo, comprando al coste de una hora el ser librados de un castigo eterno. Y hallaron que el fuego de sus inhumanos verdugos era frío: porque tenían puestos los ojos en el hecho de ser librados del fuego eterno que nunca se apaga; en tanto que los ojos de sus corazones contemplaban las buenas cosas que están reservadas para aquellos que soportan con paciencia cosas que no oyó ningún oído o ha visto ojo alguno, y que nunca han entrado en el corazón del hombre, pero que les fueron mostradas a ellos porque ya no eran hombres, sino ángeles. Y de la misma manera también los que fueron condenados a las fieras soportaron castigos espantosos, ya que les hicieron echar sobre conchas aguzadas y sufrir otras formas de torturas diversas, para que el diablo pudiera conseguir que se retractaran, de ser posible, por la persistencia del castigo; pues el diablo intentó muchas añagazas contra ellos.

III. Pero, gracias a Dios, El prevaleció contra todo. Porque el noble Germánico animó la pusilanimidad de ellos por medio de la constancia que había en él; y luché con las fieras en una forma destacada. Porque cuando el procónsul deseaba prevalecer sobre él y le mandó que tuviera compasión de su juventud, él, haciendo uso de violencia, arrastró a la fiera hacia él, deseando conseguir más rápidamente ser librado de su vida injusta y arbitraria. De modo que después de esto la multitud, asombrada del valor de los cristianos amados de Dios y temerosos de Dios, levantó un clamor: «Fuera los ateos; que vayan a buscar a Policarpo.»

IV. Pero un hombre, que se llamaba Quinto, un frigio llegado recientemente de Frigia, cuando vio las fieras se acobardó. Fue él que se había forzado a sí mismo y a otros a presentarse por su propia y libre voluntad. De éste el procónsul, con muchos ruegos, consiguió que hiciera el juramento y ofreciera incienso. Por esta causa, pues, hermanos, no alabamos a los que se entregan ellos mismos, puesto que el Evangelio no nos enseña esto.

V. Ahora bien, el glorioso Policarpo, al principio, cuando lo oyó, lejos de desanimarse, tenía deseos de permanecer en la ciudad; pero la mayoría le persuadieron a que se retirara. Así que se retiró a una casa de campo no lejos de la ciudad; y allí se quedó con unos pocos compañeros, no haciendo otra cosa noche y día que orar por todos los hombres y por las iglesias por todo el mundo; porque ésta era su costumbre constante. Y mientras estaba orando tuvo una visión tres días antes de su captura; y vio que su almohada estaba ardiendo. Y se volvió y dijo a los que estaban con él: «Es menester que sea quemado vivo.»

VI. Y como los que le estaban buscando persistían, él se fue a otra casa de campo; y al poco llegaron allí los que le buscaban, y como no le hallaron, echaron mano de dos muchachos esclavos, uno de los cuales confesó bajo tortura; porque le era imposible permanecer escondido cuando las mismas personas que le habían delatado eran gente de su propia casa. Y el capitán de los gendarmes, que resulté precisamente llamarse Herodes, tenía muchos deseos de llevarle al estadio. (Esto sucedió para que pudiera cumplir su suerte designada, o sea, el ser hecho participante con Cristo, en tanto que ellos —los que le traicionaban— sufrían el mismo castigo de Judas.

VII. Así que llevándose al muchacho con ellos, en viernes, hacia la hora de la cena, los gendarmes y jinetes se dirigieron con sus armas acostumbradas, apresurándose como contra un ladrón. Y llegando todos ellos tarde al anochecer, hallaron al hombre echado en cama en un aposento alto de cierta cabaña; y aunque él podría haberse ido a otro lugar, no quiso, diciendo: Sea hecha la voluntad de Dios. Así que cuando oyó que venían, se dirigió hacia abajo y conversó con ellos, en tanto que los presentes se maravillaban de su edad y de su constancia, preguntándose cómo podía haber tanta ansia para aprehender a un anciano como él. Con lo cual, inmediatamente dio orden de que se dispusiera una mesa para ellos, para que comieran y bebieran en aquella hora tanto como desearan. Y les persuadió a concederle una hora para que pudiera orar sin ser molestado; y cuando ellos consintieron, él se levantó y oró, estando tan lleno de la gracia de Dios, que durante dos horas no pudo callar, y todos los que le oían estaban asombrados, y muchos se arrepentían de haber acudido contra un anciano tan venerable.

VIII. Pero cuando finalmente puso fin a su oración, después de recordar a todos los que en. un momento u otro habían estado en contacto con él, pequeños y grandes, altos y bajos, y a toda la Iglesia universal por todo el mundo, llegó la hora de partir, y le sentaron sobre un asno y le llevaron a la ciudad, y era un gran sábado. Y fue recibido por Herodes, el capitán de la policía y por su padre Nicetes, los cuales le hicieron bajar de su montura y subir a su carruaje, y procuraron convencerle, sentándose ellos a su lado y diciéndole: «~,Qué mal hay en decir César es Señor, y en ofrecerle incienso», añadiendo a esto «y con ello salvarte?» Pero él al principio no les dio respuesta. Sin embargo, cuando ellos persistieron, les dijo: «No voy a hacer lo que me aconsejáis.» Entonces ellos, viendo que no podían persuadirle, hicieron uso de amenazas y le hicieron bajar rápidamente, de modo que se hirió en la espinilla cuando bajaba del carruaje. Y sin volverse tan sólo, siguió su camino al punto y rápidamente, como si nada le hubiera sucedido, y fue llevado al estadio; y había en el estadio un tumulto tal que no era posible oír la voz de ninguno al hablar.

IX. Pero cuando Policarpo entró en el estadio le llegó una voz del cielo: «Mantente firme, Policarpo, y sé un hombre.» Y nadie vio al que hablaba, pero los que son de los nuestros que estaban presentes oyeron la voz. Y al final, cuando fue traído, hubo un gran tumulto, porque oyeron que habían capturado a Policarpo. Así pues, cuando lo presentaron delante del procónsul, éste inquirió si él era el hombre. Y al confesar que lo era, intentó persuadirle a que se retractara, diciendo: «Ten respeto a tu edad», y otras cosas apropiadas, como acostumbran decir: «Jura por el genio de César; y retráctate y di: Fuera los ateos.» Entonces Policarpo, con mirada solemne, contemplé toda la multitud de paganos impíos que había en el estadio, y les hizo señas con la mano; y gimiendo y mirando al cielo, dijo: «Fuera los ateos.» Pero cuando el magistrado insistió y le dijo: «Jura, y te soltaré; insulta a Cristo», Policarpo dijo: «Durante ochenta y seis años he sido su siervo, y no me ha hecho mal alguno. ¿Cómo puedo ahora blasfemar de mi Rey que me ha salvado?»

X. Pero cuando el procónsul persistió diciendo: «Jura por el genio del César», él contestó: «Si supones, en vano, que voy a jurar por el genio del César, como dices, y haces ver que no sabes quién soy, te lo diré claramente: soy cristiano. Pero si quieres aprender la doctrina del Cristianismo, señala un día y escúchame.» El procónsul dijo: «Convence al pueblo.» Pero Policarpo contestó: «En cuanto a ti, he considerado que eres digno de hablarte; porque se nos ha enseñado a rendir honor como es debido a los príncipes y autoridades designadas por Dios, salvo que no sea en nuestro perjuicio; pero en cuanto a éstos, no los considero dignos de que tenga que defenderme delante de ellos.»

XI. Ante lo cual el procónsul dijo: «Tengo fieras aquí y te echaré a ellas como no te retractes.» Pero él dijo: «Que las traigan; porque el arrepentirse de lo mejor a lo peor es un cambio que no nos es permitido; pero es noble el cambiar de lo perverso a lo justo.» Entonces le dijo: «Haré que ardas con fuego si desprecias las fieras, como no te arrepientas.» Pero Policarpo dijo: «Tú me amenazas con fuego que arde un rato y después se apaga; pero no sabes nada del fuego del juicio futuro y del castigo eterno, que está reservado a los impíos. ¿Por qué te demoras? Haz lo que quieras.»

XII. Diciendo estas y otras cosas, iba llenándose de valor y gozo, y su rostro se henchía de gracia, de modo que no sólo no se desmayó ante las cosas que le decían, sino que, al contrario, el procónsul estaba asombrado y envió a su propio heraldo a proclamar tres veces en medio del estadio: «Policarpo ha confesado que es un cristiano.» cuando el heraldo hubo proclamado esto, toda la multitud, tanto de gentiles como de judíos que vivían en Esmirna, clamó con ira incontenible y grandes gritos: «Éste es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el que derriba nuestros dioses y enseña a muchos a no sacrificar ni adorar.» Diciendo estas cosas, a grandes gritos pidieron al asiarca Felipe que soltara un león a Policarpo. Pero él dijo que no podía hacerlo legalmente, puesto que ya había dado por terminados los juegos. Entonces ellos decidieron gritar unánimes que Policarpo debía ser quemado vivo. Porque era menester que se cumpliera la visión que se le había mostrado con respecto a su almohada, cuando la vio ardiendo mientras oraba, y volviéndose dijo a los fieles que estaban con él: «Es menester que sea quemado vivo.»

XIII. Estas cosas sucedieron rápidamente, más aprisa de lo que pueden contar las palabras, y la multitud empezó a recoger en obradores y baños leña y haces, y los judíos en especial ayudaron, según acostumbran. Pero cuando estuvo listo el montón de leíia, él mismo se quitó las prendas externas y se soltó la faja, esforzándose también en quitarse los zapatos, aunque no tenía la costumbre de hacerlo antes, porque todos los fieles en todo momento se esforzaban por quién tocaría antes su carne. Porque había sido tratado con todo honor toda su vida, incluso antes de que le salieran canas. Al punto, los instrumentos que estaban preparados para la hoguera fueron colocados a su alrededor; y como iban también a clavarle a la estaca, él dijo: «Dejadme como estoy; puesto que El me ha concedido que pueda resistir el fuego, también me concederá que pueda permanecer inmóvil en la hoguera, sin tener que ser sujetado por los clavos.»

XIV. Y ellos no le clavaron, pero le amarraron. Entonces él, colocando las manos detrás y amarrado a la estaca como un noble cordero del gran rebaño para ser como una ofrenda, un holocausto preparado y aceptable a Dios, mirando al cielo dijo: «Oh Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bendito Hijo Jesucristo, por medio del cual hemos recibido conocimiento de Ti, el Dios de ángeles y poderes, y de toda creación y de toda la raza de los justos, que viven en tu presencia; te bendigo porque me has concedido este día y hora para que pueda recibir una porción entre el número de los mártires en la copa de [tu] Cristo en la resurrección de vida eterna, tanto del alma como del cuerpo, en la incorruptibilidad del Espíritu Santo. Que pueda ser recibido con ellos en tu presencia este día, como un sacrificio rico y aceptable, que Tú has preparado y revelado de antemano, y has realizado, Tú que eres el Dios fiel y verdadero. Por esta causa, sí, y por todas las cosas, te alabo, y bendigo, y glorifico, por medio del Sumo Sacerdote eterno y celestial, Jesucristo, tu Hijo amado, por medio del cual, con El y el Espíritu Santo, sea gloria ahora y [siempre] y por todos los siglos. Amén.»

XV. Cuando hubo ofrecido el Amén y terminado su oración, el verdugo encendió el fuego. Y cuando surgió la llama poderosa, todos los que pudimos verlo, contemplamos un portento, sí, y fuimos preservados para que pudiéramos referir al resto lo que había sucedido. El fuego, formando la apariencia de una bóveda, como la vela de un navío llenada por el viento, formé una pared alrededor del cuerpo del mártir; y estaba allí en medio, no como carne quemándose, sino como [un pan en el horno o como] oro y plata refinados en un horno. Porque percibimos un olor fragante, como si desprendiera olor de incienso o de algún bálsamo precioso.

XVI. Así que, finalmente, los impíos, viendo que su cuerpo no podía ser consumido por el fuego, ordenaron al verdugo que fuera y le apuñalara con una daga. Y cuando lo hubo hecho, salió [una paloma y] una cantidad de sangre tal que extinguió el fuego; y toda la multitud se maravillé de que hubiera una diferencia tan grande entre los incrédulos y los elegidos. En el número de éstos estaba este hombre, el glorioso mártir Policarpo, que fue un maestro apostólico y profético en nuestros propios días, un obispo de la santa Iglesia que está en Esmirna. Porque cada palabra que pronunció su boca se cumplió o bien se cumplirá.

XVII. Pero el Maligno, celoso y envidioso, el adversario de la familia de los justos, habiendo visto la grandeza de su martirio y lo intachable de su vida desde el principio, y cómo fue coronado con la corona de la inmortalidad, y hubo ganado un premio que nadie puede desmentir, se las arregló para que ni aun su pobre cuerpo fuera sacado y llevado por nosotros, aunque muchos deseaban hacerlo y tocar su carne santa. Así que hizo salir a Nicetes, el padre de Herodes y hermano de Alce, para rogar al magistrado que no entregara su cuerpo, según se dijo: «para que no abandonen al crucificado y empiecen a adorar a este hombre»; lo cual fue hecho por instigación y ruego apremiante de los judíos, que también vigilaban cuando iban a sacarle del fuego, no sabiendo que será imposible que nosotros abandonemos en este tiempo al Cristo que sufrió por la salvación de todo el mundo de los que son salvos —sufriendo por los pecadores siendo El inocente—, ni adorar a otro. Porque a Él, siendo el Hijo de Dios, le adoramos, pero a los mártires, como discípulos e imitadores del Señor, los respetamos y queremos como merecen, por su afecto incomparable hacia su propio Rey y Maestro. Que nuestra suerte sea también ser hallados copartícipes y condiscípulos de ellos.

XVIII. El centurión, pues, viendo la oposición levantada por parte de los judíos, le puso en medio y lo quemó según su costumbre. Y así nosotros, después, recogimos sus huesos, que son mucho más valiosos que piedras preciosas y que oro refinado, y los pusimos en un lugar apropiado; donde el Señor nos permitirá congregarnos, según podamos, en gozo y alegría, y celebrar el aniversario de su martirio para la conmemoración de todos los que ya han luchado en la contienda y para la enseñanza y preparación de los que han de hacerlo más adelante.

XIX. Así ha sucedido que el bienaventurado Policarpo, habiendo recibido el martirio en Esmirna con los de Filadelfia —doce en conjunto—, es recordado de modo especial más que los otros por todos, de manera que se habla de él incluso entre los paganos en todas partes; porque mostró no sólo que era un maestro notable, sino también un mártir distinguido, cuyo martirio todos desean imitar, viendo que fue según el modelo del Evangelio de Cristo. Habiendo vencido con su sufrimiento al gobernante injusto en el conflicto y recibido la corona de la inmortalidad, se regocija en la compañía de los apóstoles y de los justos, y glorifica al Dios y Padre Todopoderoso, y bendice a nuestro Señor Jesucristo, el salvador de nuestras almas y piloto de nuestros cuerpos y pastor de la Iglesia universal que se halla por todo el mundo.

XX. En verdad pedisteis que se os mostraran en gran detalle todas las cosas que han sucedido; pero nosotros, hasta aquí, os hemos mostrado cómo fue en un sumario por medio de nuestro hermano Marciano. Cuando os hayáis enterado de estas cosas, enviad la carta también a otros hermanos que están más lejos, para que ellos también puedan glorificar al Señor, que elige entre sus propios siervos. Ahora, al que es poderoso para traernos a todos por su gracia y bondad a su reino eterno, por medio de su Hijo unigénito Jesucristo, sea gloria, honor, poder y grandeza para siempre. Saludad a todos los santos. Los que están con nosotros os saludan, y Evaresto, que escribió esta carta, con toda su casa.

XXI. El bienaventurado Policarpo sufrió el martirio el segundo día de la primera parte del mes Xanticus, el séptimo día antes de las calendas de marzo, en un gran sábado, a la hora octava. Fue capturado por Herodes, cuando Felipe de Tralles era sumo sacerdote, en el proconsulado de Statius Quadratus, pero en el reino del Rey eterno Jesucristo. Al cual sea la gloria, honor, grandeza y trono eterno, de generación en generación. Amén.

XXII. (1) Que Dios os sea propicio, hermanos, en tanto que andáis en la palabra de Jesucristo que es según el Evangelio; con quien sea la gloria de Dios para salvación de sus santos elegidos; así como el bienaventurado Policarpo sufrió el martirio, en cuyas pisadas sea nuestra suene para ser hallados en el reino de Jesucristo.

(2) Este relato Gayo lo copió de los papeles de Ireneo, un discípulo de Policarpo. Este mismo vivió también con Ireneo.

(3) Y yo Sócrates los escribí en Corinto de la copia de Gayo. La gracia sea con todos los hombres.

(4) Y yo Pionio lo escribí de nuevo de la copia antes mencionada, habiéndola buscado (según el bienaventurado Policarpo me mostró en una revelación, como declararé en la secuela), recogiéndola y juntándola cuando ya estaba casi desgastada por la edad, para que el Señor Jesucristo pueda recogerme también a mí con sus elegidos en su reino celestial; al cual sea la gloria con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Los tres párrafos precedentes según se hallan en el manuscrito de Moscú

(2) Este relato lo copió Gayo de los papeles de Ireneo. Este vivió con Ireneo, que había sido un discípulo del santo Policarpo. Porque este Ireneo, estando en Roma al tiempo del martirio del obispo Policarpo, instruyó a muchos; y hay en circulación muchos tratados ortodoxos y muy excelentes que son suyos. En éstos hace mención de Policarpo, diciendo que le había enseñado a él. Y fue capaz de refutar toda herejía y entregar la regla católica de la Iglesia tal como la había recibido del santo. Menciona este hecho también: que cuando Marción, según el cual son llamados los marcionitas, se encontró con el santo Policarpo en una ocasión, y dijo: «Te reconozco, Policarpo», él respondió a Marción: «Ciertamente, te reconozco como el primogénito de Satanás.» La afirmación siguiente se hace también en los escritos de Ireneo: que en el mismo día y hora en que Policarpo era martirizado en Esmirna, Ireneo, estando en la ciudad de Roma, oyó una voz como de una trompeta que decía: «Policarpo está sufriendo el martirio.»

(3) De estos papeles de Ireneo, pues, como ya se ha afirmado, Gayo hizo una copia, y de la copia de Gayo, Isócrates hizo otra en Corinto.

(4) Y yo Pionio de nuevo escribo la copia de Isócrates, habiéndola buscado en obediencia a una revelación del santo Policarpo, juntándola, cuando ya estaba casi desgastada por los años, para que el Señor Jesucristo pueda recogerme también a mí con sus elegidos en su reino celestial; a quien sea la gloria con el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo para siempre jamás. Amén.

Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es

Epistola a Diogneto

EPÍSTOLA A DIOGNETO

I. Como veo, muy excelente Diogneto, que tienes gran interés en comprender la religión de los cristianos, y que tus preguntas respecto a los mismos son hechas de modo preciso y cuidadoso, sobre el Dios en quien confían y cómo le adoran, y que no tienen en consideración el mundo y desprecian la muerte, y no hacen el menor caso de los que son tenidos por dioses por los griegos, ni observan la superstición de los judíos, y en cuanto a la naturaleza del afecto que se tienen los unos por los otros, y de este nuevo desarrollo o interés, que ha entrado en las vidas de los hombres ahora, y no antes: te doy el parabién por este celo, y pido a Dios, que nos proporciona tanto el hablar como el oír, que a mí me sea concedido el hablar de tal forma que tú puedas ser hecho mejor por el ofr, y a ti que puedas escuchar de modo que el que habla no se vea decepcionado.

II. Así pues, despréndete de todas las opiniones preconcebidas que ocupan tu mente, y descarta el hábito que te extravía, y pasa a ser un nuevo hombre, por así decirlo, desde el principio, como uno que escucha una historia nueva, tal como tú has dicho de ti mismo. Mira no sólo con tus ojos, sino con tu intelecto también, de qué sustancia o de qué forma resultan ser estos a quienes llamáis dioses y a los que consideráis como tales. ¿No es uno de ellos de piedra, como la que hollamos bajo los pies, y otro de bronce, no mejor que las vasijas que se forjan para ser usadas, y otro de madera, que ya empieza a ser presa de la carcoma, y otro de plata, que necesita que alguien lo guarde para que no lo roben, y otro de hierro, corroído por la herrumbre, y otro de arcilla, material no mejor que el que se utiliza para cubrir los servicios menos honrosos? ¿No son de materia perecedera? ¿No están forjados con hierro y fuego? ¿No hizo uno el escultor, y otro el fundidor de bronce, y otro el platero, y el alfarero otro? Antes de darles esta forma la destreza de estos varios artesanos, ¿no le habría sido posible a cada uno de ellos cambiarles la forma y hacer que resultaran utensilios diversos? ¿No sería posible que las que ahora son vasijas hechas del mismo material, puestas en las manos de los mismos artífices, llegaran a ser como ellos? ¿No podrían estas cosas que ahora tú adoras ser hechas de nuevo vasijas como las demás por medio de manos de hombre? ¿No son todos ellos sordos y ciegos, no son sin alma, sin sentido, sin movimiento? ¿No se corroen y pudren todos ellos? A estas cosas llamáis dioses, de ellas sois esclavos, y las adoráis; y acabáis siendo lo mismo que ellos. Y por ello aborrecéis a los cristianos, porque no consideran que éstos sean dioses. Porque, ¿no los despreciáis mucho más vosotros, que en un momento dado les tenéis respeto y los adoráis? ¿No os mofáis de ellos y los insultáis en realidad, adorando a los que son de piedra y arcilla sin protegerlos, pero encerrando a los que son de plata y oro durante la noche, y poniendo guardas sobre ellos de día, para impedir que os los roben? Y, por lo que se refiere a los honores que creéis que les ofrecéis, si son sensibles a ellos, más bien los castigáis con ello, en tanto que si son insensibles les reprocháis al propiciarles con la sangre y sebo de las víctimas. Que se someta uno de vosotros a este tratamiento, y que sufra las cosas que se le hacen a él. Sí, ni un solo individuo se someterá de buen grado a un castigo así, puesto que tiene sensibilidad y razón; pero una piedra se somete, porque es insensible. Por tanto, desmentís su sensibilidad. Bien; podría decir mucho más respecto a que los cristianos no son esclavos de dioses así; pero aunque alguno crea que lo que ya he dicho no es suficiente, me parece que es superfluo decir más.

III. Luego, me imagino que estás principalmente deseoso de oír acerca del hecho de que no practican su religión de la misma manera que los judíos. Los judíos, pues, en cuanto se abstienen del modo de culto antes descrito, hacen bien exigiendo reverencia a un Dios del universo y al considerarle como Señor, pero en cuanto le ofrecen este culto con métodos similares a los ya descritos, están por completo en el error. Porque en tanto que los griegos, al ofrecer estas cosas a imágenes insensibles y sordas, hacen una ostentación de necedad, los judíos, considerando que están ofreciéndolas a Dios, como si El estuviera en necesidad de ellas, deberían en razón considerarlo locura y no adoración religiosa. Porque el que hizo los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, y nos proporciona todo lo que necesitamos, no puede Él mismo necesitar ninguna de estas cosas que El mismo proporciona a aquellos que se imaginan que están dándoselas a Él. Pero los que creen que le ofrecen sacrificios con sangre y sebo y holocaustos, y le honran con estos honores, me parece a mí que no son en nada distintos de los que muestran el mismo respeto hacia las imágenes sordas; porque los de una clase creen apropiado hacer ofrendas a cosas incapaces de participar en el honor, la otra clase a uno que no tiene necesidad de nada.

IV. Pero, además, sus escrúpulos con respecto a las carnes, y su superstición con referencia al sábado y la vanidad de su circuncisión y el disimulo de sus ayunos y lunas nuevas, yo [no] creo que sea necesario que tú aprendas a través de mí que son ridículas e indignas de consideración alguna. Porque, ¿no es impío el aceptar algunas de las cosas creadas por Dios para el uso del hombre como bien creadas, pero rehusar otras como inútiles y superfluas? Y, además, el mentir contra Dios, como si Él nos prohibiera hacer ningún bien en el día de sábado, ¿no es esto blasfemo? Además, el alabarse de la mutilación de la carne como una muestra de elección, como si por esta razón fueran particularmente amados por Dios, ¿no es esto ridículo? Y en cuanto a observar las estrellas y la luna, y guardar la observancia de meses y de días, y distinguir la ordenación de Dios y los cambios de las estaciones según sus propios impulsos, haciendo algunas festivas y otras períodos de luto y lamentación, ¿quién podría considerar esto como una exhibición de piedad y no mucho más de necedad? El que los cristianos tengan razón, por tanto, manteniéndose al margen de la insensatez y error común de los judíos, y de su excesiva meticulosidad y orgullo, considero que es algo en que ya estás suficientemente instruido; pero, en lo que respecta al misterio de su propia religión, no espero que puedas ser instruido por ningún hombre.

V. Porque los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. Porque no residen en alguna parte en ciudades suyas propias, ni usan una lengua distinta, ni practican alguna clase de vida extraordinaria. Ni tampoco poseen ninguna invención descubierta por la inteligencia o estudio de hombres ingeniosos, ni son maestros de algún dogma humano como son algunos. Pero si bien residen en ciudades de griegos y bárbaros, según ha dispuesto la suene de cada uno, y siguen las costumbres nativas en cuanto a alimento, vestido y otros arreglos de la vida, pese a todo, la constitución de su propia ciudadanía, que ellos nos muestran, es maravillosa (paradójica), y evidentemente desmiente lo que podría esperarse. Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (abortos). Celebran las comidas en común, pero cada uno tiene su esposa. Se hallan en la carne, y, con todo, no viven según la carne. Su existencia es en la tierra, pero su ciudadanía es en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y sobrepasan las leyes en sus propias vidas. Aman a todos los hombres, y son perseguidos por todos. No se hace caso de ellos, y, pese a todo, se les condena. Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. Piden limosna, y, con todo, hacen ricos a muchos. Se les deshonra, y, pese a todo, son glorificados en su deshonor. Se habla mal de ellos, y aún así son reivindicados. Son escarnecidos, y ellos bendicen; son insultados, y ellos respetan. Al hacer lo bueno son castigados como malhechores; siendo castigados se regocijan, como si con ello se les reavivara. Los judíos hacen guerra contra ellos como extraños, y los griegos los persiguen, y, pese a todo, los que los aborrecen no pueden dar la razón de su hostilidad.

VI. En una palabra, lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el mundo. El alma se desparrama por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos por las diferentes ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Así que los cristianos tienen su morada en el mundo, y aun así no son del mundo. El alma que es invisible es guardada en el cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible. La carne aborrece al alma y está en guerra con ella, aunque no recibe ningún daño, porque le es prohibido permitirse placeres; así el mundo aborrece a los cristianos, aunque no recibe ningún daño de ellos, porque están en contra de sus placeres. El alma ama la carne, que le aborrece y (ama también) a sus miembros; así los cristianos aman a los que les aborrecen. El alma está aprisionada en el cuerpo, y, con todo, es la que mantiene unido al cuerpo; así los cristianos son guardados en el mundo como en una casa de prisión, y, pese a todo, ellos mismos preservan el mundo. El alma, aunque en sí inmortal, reside en un tabernáculo mortal; así los cristianos residen en medio de cosas perecederas, en tanto que esperan lo imperecedero que está en los cielos. El alma, cuando es tratada duramente en la cuestión de carnes y bebidas, es mejorada; y lo mismo los cristianos cuando son castigados aumentan en número cada día. Tan grande es el cargo al que Dios los ha nombrado, y que miles es legítimo declinar.

VII. Porque no fue una invención terrenal, como dije, lo que les fue encomendado, ni se preocupan de guardar tan cuidadosamente ningún sistema de opinión mortal, ni se les ha confiado la dispensación de misterios humanos. Sino que, verdaderamente, el Creador Todopoderoso del universo, el Dios invisible mismo de los cielos plantó entre los hombres la verdad y la santa enseñanza que sobrepasa la imaginación de los hombres, y la fijó firmemente en sus corazones, no como alguien podría pensar, enviando (a la humanidad) a un subalterno, o a un ángel, o un gobernante, o uno de los que dirigen los asuntos de la tierra, o uno de aquellos a los que están confiadas las dispensaciones del cielo, sino al mismo Artífice y creador del universo, por quien Él hizo los cielos, y por quien Él retuvo el mar en sus propios límites, cuyos misterios (ordenanzas) observan todos los elementos fielmente, de quien [el sol] ha recibido incluso la medida de su curso diario para guardarlo, a quien la luna obedece cuando Él le manda que brille de noche, a quien las estrellas obedecen siguiendo el curso de la luna, por el cual fueron ordenadas todas las cosas y establecidos y puestos en sujeción, los cielos y las cosas que hay en los cielos, la tierra y las cosas que hay en la tierra, el mar y las cosas que hay en el mar, fuego, aire, abismo, las cosas que hay en las alturas, las cosas que hay en lo profundo, las cosas que hay entre los dos. A éste les envió Dios. ¿Creerás, como supondrá todo hombre, que fue enviado para establecer su soberanía, para inspirar temor y terror? En modo alguno. Sino en mansedumbre y humildad fue enviado. Como un rey podría enviar a su hijo que es rey; Él le envió como enviando a Diós; le envió a El como [un hombre] a los hombres; le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. El le envió como mvitándonos, no persiguiéndonos; Él le envió como amándonos, no juzgándonos. Porque Él enviará en juicio, y ¿quién podrá resistir su presencia?... ¿[No ves] que los echan a las fieras para que nieguen al Señor, y, con todo, no lo consiguen? ¿No ves que cuanto más los castigan, tanto más abundan? Estas no son las obras del hombre; son el poder de Dios; son pruebas de su presencia.

VIII. Porque, ¿qué hombre tenía algún conocimiento de lo que Dios es, antes de que Él viniera? ¿O aceptas tú las afirmaciones vacías y sin sentido de los filósofos presuntuosos, de los cuales, algunos dijeron que Dios era fuego (invocan como Dios a aquello a lo cual irán ellos mismos), y otros agua, y otros algún otro de los elementos que fueron creados por Dios? Y, pese a todo, si alguna de estas afirmaciones es digna de aceptación, cualquier otra cosa creada podría lo mismo ser hecha Dios. Sí, todo esto es charlatanería y engaño de los magos; y ningún hombre ha visto o reconocido a Dios, sino que El se ha revelado a sí mismo. Y El se reveló (a sí mismo) por fe, sólo por la cual es dado el ver a Dios. Porque Dios, el Señor y Creador del universo, que hizo todas las cosas y las puso en orden, demostró no sólo que era propicio al hombre, sino también paciente. Y así lo ha sido siempre, y lo es, y lo será, bondadoso y bueno y justo y verdadero, y El sólo es bueno. Y habiendo concebido un plan grande e inefable, lo comunicó sólo a su Hijo. Porque en tanto que El había mantenido y guardado este plan sabio como un misterio, parecía descuidarnos y no tener interés en nosotros. Pero cuando Él lo reveló por medio de su amado Hijo, y manifestó el propósito que había preparado desde el principio, Él nos dio todos estos dones a la vez, participación en sus beneficios y vista y entendimiento de (misterios) que ninguno de nosotros habría podido esperar.

IX. Habiéndolo, pues, planeado ya todo en su mente con su Hijo, permitió durante el tiempo antiguo que fuéramos arrastrados por impulsos desordenados según deseábamos, descarriados por placeres y concupiscencias, no porque Él se deleitara en nuestros pecados en absoluto, sino porque Él tenía paciencia con nosotros; no porque aprobara este período pasado de iniquidad, sino porque Él estaba creando la presente sazón de justicia, para que, redargüidos del tiempo pasado por nuestros propios actos como indignos de vida, pudiéramos ahora ser hechos merecedores de la bondad de Dios, y habiendo dejado establecida nuestra incapacidad para entrar en el reino de Dios por nuestra cuenta, hacerlo posible por la çapacidad de Dios. Y cuando nuestra iniquidad había sido colmada plenamente, y se había hecho perfectamente manifiesto que el castigo y la muerte eran de esperar como su recompensa, y hubo llegado la sazón que Dios había ordenado, cuando a partir de entonces Él manifestaría su bondad y poder (oh la bondad y amor de Dios sobremanera grande), Él no nos aborreció, ni nos rechazó, ni nos guardó rencor, sino que fue longánimo y paciente, y por compasión hacia nosotros tomó sobre sí nuestros pecados, y El mismo se separó de su propio Hijo como rescate por nosotros, el santo por el transgresor, el inocente por el malo, el justo por los injustos, lo incorruptible por lo corruptible, lo inmortal por lo mortal. Porque, ¿qué otra cosa aparte de su justicia podía cubrir nuestros pecados? ¿En quién era posible que nosotros, impíos y libertinos, fuéramos justificados, salvo en el Hijo de Dios? ¡Oh dulce intercambio, oh creación inescrutable, oh beneficios inesperados; que la iniquidad de muchos fuera escondida en un Justo, y la justicia de uno justificara a muchos que eran inicuos! Habiéndose, pues, en el tiempo antiguo demostrado la incapacidad de nuestra naturaleza para obtener vida, y habiéndose ahora revelado un Salvador poderoso para salvar incluso a las criaturas que no tienen capacidad para ello, Él quiso que, por las dos razones, nosotros creyéramos en su bondad y le consideráramos como cuidador, padre, maestro, consejero, médico, mente, luz, honor, gloria, fuerza y vida.

X. Si deseas poseer esta fe, has de recibir primero un conocimiento pleno del Padre. Porque Dios amó a los hombres, por amor a los cuales había hecho el mundo, a los cuales sometió todas las cosas que hay en la tierra, a los cuales dio razón y mente, a los cuales solamente permitió que levantaran los ojos al cielo, a quienes creó según su propia imagen, a quienes envió a su Hijo unigénito, a quienes Él prometió el reino que hay en el cielo, y lo dará a los que le hayan amado. Y cuando hayas conseguido este pleno conocimiento, ¿de qué gozo piensas que serás llenado, o cómo amarás a Aquel que te amó a ti antes? Y amándole serás un imitador de su bondad. Y no te maravilles de que un hombre pueda ser un imitador de Dios. Puede serlo si Dios quiere. Porque la felicidad no consiste en enseñorearse del prójimo, ni en desear tener más que el débil, ni en poseer riqueza y usar fuerza sobre los inferiores; ni puede nadie imitar a Dios haciendo estas cosas; sí, estas cosas se hallan fuera de su majestad. Pero todo el que toma sobre sí la carga de su prójimo, todo el que desea beneficiar a uno que es peor en algo en lo cual él es superior, todo el que provee a los que tienen necesidad las posesiones que ha recibido de Dios, pasa a ser un dios para aquellos que lo reciben de él, es un imitador de Dios. Luego, aunque tú estás colocado en la tierra, verás que Dios reside en el cielo; entonces empezarás a declarar los misterios de Dios; entonces amarás y admirarás a los que son castigados porque no quieren negar a Dios; entonces condenarás el engaño y el error en el mundo; cuando te des cuenta que la vida verdadera está en el cielo, cuando desprecies la muerte aparente que hay en la tierra, cuando temas la muerte real, que está reservada para aquellos que seran condenados al fuego eterno que castigará hasta el fin a los que sean entregados al mismo. Entonces admirarás a los que soportan, por amor a la justicia, el fuego temporal, y los tendrás por bienaventurados cuando veas que el fuego...

Epílogo

XI. Mis discursos no son extraños ni son perversas lucubraciones, sino que habiendo sido un discípulo de los apóstoles, me ofrecí como maestro de los gentiles, ministrando dignamente, a aquellos que se presentan como discípulos de la verdad, las lecciones que han sido transmitidas. Porque el que ha sido enseñado rectamente y ha entrado en amistad con el Verbo, ¿no busca aprender claramente las lecciones reveladas abiertamente por el Verbo a los discípulos; a quienes el Verbo se apareció y se las declaró, hablando con ellos de modo sencillo, no percibidas por los que no son creyentes, pero sí referidas por Él a los discípulos a quienes consideró fieles y les enseñó los misterios del Padre? Por cuya causa Él envió al Verbo, para que Él pudiera aparecer al mundo, el cual, siendo despreciado por el pueblo (judío), y predicado por los apóstoles, fue creído por los gentiles. Este Verbo, que era desde el principio, apareció ahora y, con todo, se probé que era antiguo, y es engendrado siempre de nuevo en los corazones de los santos. Este Verbo, digo, que es eterno, es el que hoy es contado como Hijo, a través del cual la Iglesia es enriquecida y la gracia es desplegada y multiplicada entre los santos, gracia que confiere entendimiento, que revela misterios, que anuncia sazones, que se regocija sobre los fieles, que es concedida a los que la buscan, a aquellos por los cuales no son quebrantadas las promesas de la fe, ni son sobrepasados los límites de los padres. Con lo que es cantado el temor de la ley, y la gracia de los profetas es reconocida, y la fe de los evangelios es establecida, y es preservada la tradición de los apóstoles, y exulta el gozo de la Iglesia. Si tú no contristas esta gracia, entenderás los discursos que el Verbo pone en la boca de aquellos que desea cuando Él quiere. Porque de todas las cosas que por la voluntad imperativa del Verbo fuimos impulsados a expresar con muchos dolores, de ellas os hicimos partícipes, por amor a las cosas que nos fueron reveladas.

XII. Confrontados con estas verdades y escuchándolas con atención, sabréis cuánto concede Dios a aquellos que (le) aman rectamente, que pasan a ser un Paraíso de deleite, un árbol que lleva toda clase de frutos y que florece, creciendo en sí mismos y adornados con vanos frutos. Porque en este jardín han sido plantados un árbol de conoçimiento y un árbol de vida; con todo, el árbol de conocimiento no mata, pero la desobediencia mata; porque las escrituras dicen claramente que Dios desde el comienzo plantó un árbol [de conocimiento y un árbol] de vida en medio del Paraíso, revelando vida por medio del conocimiento; y como nuestros primeros padres no lo usaron de modo genuino, fueron despojados por el engaño de la serpiente. Porque ni hay vida sin conocimiento, ni conocimiento sano sin verdadera vida; por tanto, los (árboles) están plantados el uno junto al otro. Discerniendo la fuerza de esto y culpando al conocimiento que es ejercido aparte de la verdad de la influencia (dominio) que tiene sobre la vida, el apóstol dice: El conocimiento engríe, pero la caridad edifica. Porque el hombre que supone que sabe algo sin el verdadero conocimiento que es testificado por la vida, es ignorante, es engañado por la serpiente, porque no amó la vida; en tanto que el que con temor reconoce y desea la vida, planta en esperanza, esperando fruto. Que vuestro corazón sea conocimiento, y vuestra vida verdadera razón, debidamente comprendida. Por lo que si te allegas al árbol y tomas el fruto, recogerás la cosecha que Dios espera, que ninguna serpiente toca, ni engaño infecta, ni Eva es entonces corrompida, sino que es creída como una virgen, y la salvación es establecida, y los apóstoles son llenados de entendimiento, y la pascua del Señor prospera, y las congregaciones son juntadas, y [todas las cosas] son puestas en orden, y como El enseña a los santos el Verbo se alegra, por medio del cual el Padre es glorificado, a quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.

Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es

Epistola 2ª de Clemente

ANTIGUA HOMILÍA

(Secunda Clementis)

I. Hermanos, tendríamos que pensar en Jesucristo como Dios y como Juez de los vivos y los muertos. Y no deberíamos pensar cosas mediocres de la salvación; porque, cuando pensamos cosas mediocres, esperamos también recibir cosas mediocres. Y los que escuchan como si se tratara de cosas mediocres hacen mal; y nosotros también hacemos mal no sabiendo de dónde y por quién y para qué lugar somos llamados, y cuántas cosas ha sufrido Jesucristo por causa nuestra. ¿Qué recompensa, pues, le daremos?, o ¿qué fruto digno de su don hacia nosotros? ¡Y cuántas misericordias le debemos! Porque El nos ha concedido la luz; nos ha hablado como un padre a sus hijos; nos ha salvado cuando perecíamos. ¿Qué alabanza le rendiremos?, o ¿qué pago de recompensa por las cosas que hemos recibido nosotros, que éramos ciegos en nuestro entendimiento, y rendíamos culto a palos y piedras y oro y plata y bronce, obras de los hombres; y toda nuestra vida no era otra cosa que muerte? Así pues, cuando estábamos envueltos en la oscuridad y oprimidos por esta espesa niebla en nuestra visión, recobramos la vista, poniendo a un lado, por su voluntad, la nube que nos envolvía. Porque Él tuvo misericordia de nosotros, y en su compasión nos salvó, habiéndonos visto en mucho error y perdición, cuando no teníamos esperanza de salvación, excepto la que nos vino de Él. Porque Él nos llamó cuando aún no éramos, y de nuestro no ser, Él quiso que fuéramos.

II. Regocíjate, oh estéril. Prorrumpe en canciones y gritos de júbilo la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la que tenía marido. En este: Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz, hablaba de nosotros; porque nuestra Iglesia era estéril antes de que se le hubieran dado hijos. Y en lo que dice: Prorrumpe en canciones y gritos de júbilo la que nunca estuvo de parto, significa esto: como la mujer que está de parto, no nos cansemos de ofrecer nuestras oraciones con simplicidad a Dios. Además, en lo que dice: Porque más son los hijos de la desamparada que los de la que tiene marido, dijo esto porque nuestro pueblo parecía desamparado y abandonado por Dios, en tanto que ahora, habiendo creído, hemos pasado a ser más que los que parecían tener Dios. Y también otro texto dice: No he venido a llamar ajustos, sino a pecadores. Significa esto: que es justo salvar a los que perecen. Porque es verdaderamente una obra grande y maravillosa el confirmar y corroborar no a los que están de pie, sino a los que caen. Así también Cristo ha querido salvar a los que perecen. Y ha salvado a muchos, viniendo y llamándonos cuando ya estábamos pereciendo.

III. Vemos, pues, que Él nos concedió una misericordia muy grande; ante todo, que nosotros los que vivimos no sacrificamos a los dioses muertos ni les rendimos culto, sino que por medio de Él hemos llegado a conocer al Padre de la verdad. ¿Qué otra cosa es este conocimiento hacia Él, sino el no negar a Aquel por medio del cual le hemos conocido? Sí, El mismo dijo: Al que me confesare, yo también le confesaré delante del Padre. Esta es, pues, nuestra recompensa si verdaderamente confesamos a Aquel por medio del cual hemos sido salvados. Pero, ¿cuándo le confesamos? Cuando hacemos lo que Él dijo y no somos desobedientes a sus mandamientos, y no sólo le honramos con nuestros labios, sino con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Ahora bien, El dice también en Isaías: Este pueblo me honra de labios, pero su corazón está lejos de mí.

IV. Por tanto, no sólo le llamemos Señor, porque esto no nos salvará; porque Él dijo: No todo el que me llama Señor, Señor, será salvo, sino el que obra justicia. Así pues, hermanos, confésemosle en nuestras obras, amándonos unos a otros, no cometiendo adulterio, no diciendo mal el uno del otro, y no teniendo celos, sino siendo templados, misericordiosos y bondadosos. Y teniendo sentimientos amistosos los unos hacia los otros, y no siendo codiciosos. Con estas obras le hemos de confesar, y no con otras. Y no hemos de tener temor de los hombres, sino de Dios. Por esta causa, si hacéis estas cosas, el Señor dice: Aunque estéis unidos a mí en mi propio seno, si no hacéis mis mandamientos, yo os echaré y os diré: Apartaos de mí, no sé de dónde sois, obradores de iniquidad.

V. Por tanto, hermanos, prescindamos de nuestra estancia en este mundo y hagamos la voluntad del que nos ha llamado, y no tengamos miedo de apartarnos de este mundo. Porque el Señor ha dicho: Seréis como corderos en medio de lobos. Pero Pedro contestó, y le dijo: ¿Qué pasa, pues, silos lobos devoran a los corderos? Jesús contestó a Pedro: Los corderos no tienen por qué temer a los lobos después que han muerto; y vosotros también, no temáis a los que os matan y no pueden haceros nada más; sino temed a Aquel que después que habéis muerto tiene poder sobre vuestra alma y cuerpo para echarlos a la gehena de fuego. Y sabéis, hermanos, que la estancia de esta carne en este mundo es despreciable y dura poco, pero la promesa de Cnsto es grande y maravillosa, a saber, el reposo del reino que sera y la vida eterna. ¿Qué podemos hacer, pues, para obtenerlos, sino andar en santidad y jusficia y considerar que estas cosas del mundo son extrañas para nosotros y no desearlas? Porque cuando deseamos obtener estas cosas nos descarriamos del camino recto.

VI. Pero el Señor dijo: Nadie puede servir a dos señores. Si deseamos servir a la vez a Dios y a Mammon, no sacaremos ningún beneficio: Porque ¿qué ganará un hombre si consigue todo el mundo y pierde su alma? Ahora bien, esta época y la futura son enemigas. La una habla de adulterio y contaminación y avaricia y engaños, en tanto que la otra se despide de estas cosas. Por tanto, no podemos ser amigos de las dos, sino que hemos de decir adiós a la una y tener amistad con la otra. Consideremos que es mejor aborrecer las cosas que están aquí, porque son despreciables y duran poco y perecen, y amar las cosas de allí, que son buenas e imperecederas. Porque si hacemos la voluntad de Cristo hallaremos descanso; pero si no la hacemos, nada nos librará del castigo eterno si desobedecemos sus mandamientos. Y la escritura dice también en Ezequiel: Aunque Noé y Job y Daniel se levanten, no librarán a sus hijos de la cautividad. Pero si ni aun hombres tan justos como éstos no pueden con sus actos de justicia librar a sus hijos, ¿con qué confianza nosotros, si no mantenemos nuestro bautismo puro y sin tacha, entraremos en el reino de Dios? O ¿quién será nuestro abogado, a menos que se nos halle en posesión de obras santas y justas?

VII. Así pues, hermanos, contendamos, sabiendo que la contienda está muy cerca y que, aunque muchos acuden a las competiciones, no todos son galardonados, sino sólo los que se han esforzado en alto grado y luchado con valentía. Contendamos de modo que todos recibamos el galardón. Por tanto, corramos en el curso debido la competición incorruptible. Y acudamos a ella en tropel y esforcémonos, para que podamos recibir también el premio. Y si no todos podemos recibir la corona, por lo menos acerquémonos a ella tanto como podamos. Recordemos que los que pugnan en las lides corruptibles, si se descubre que están pugnando de modo ilegítimo en ellas, primero son azotados, y luego son eliminados y echados de la competición. ¿Qué pensáis? ¿Qué le pasará a aquel que ha pugnado de modo corrupto en la competición de la incorrupción? Porque, con referencia a los que no han guardado el sello, El dice: Su gusano no morirá, y su fuego no se apagará y serán un ejemplo para toda carne.

VIII. En tanto que estamos en la tierra, pues, arrepintámonos, porque somos arcilla en la mano del artesano. Pues de la misma manera que el alfarero, si está moldeando una vasija y se le deforma o rompe en las manos, le da forma nuevamente, pero, una vez la ha puesto en el horno encendido, ya no puede repararla, del mismo modo nosotros, en tanto que estamos en este mundo, arrepintámonos de todo corazón de las cosas malas que hemos hecho en la carne, para que podamos ser salvados por el Señor en tanto que hay oportunidad para el arrepentimiento. Porque una vez hemos partido de este mundo ya no podemos hacer confesión allí, ni tampoco arrepentimos. Por lo tanto, hermanos, si hemos hecho la voluntad del Padre, y hemos mantenido pura la carne, y hemos guardado los mandamientos del Señor, recibiremos la vida eterna. Porque el Señor dice en el Evangelio: Si no habéis guardado lo que es pequeño, ¿quién os dará lo que es grande? Porque os digo que el que es fiel en lo poco, es fiel también en lo mucho. De modo que lo que Él quiere decir es: Mantened la carne pura y el sello sin mácula, para que podáis recibir la vida.

IX. Y que nadie entre vosotros diga que esta carne no va a ser juzgada ni se levanta otra vez. Entended esto: ¿En qué fuisteis salvados? ¿En qué recobrasteis la vista si no fue en esta carne? Por tanto hemos de guardar la carne como un templo de Dios; porque de la misma manera que fuisteis llamados en la carne, seréis llamados también en la carne. Si Cristo el Señor que nos salvó, siendo primero espíritu, luego se hizo carne, y en ella nos llamó, de la misma manera también nosotros recibiremos nuestra recompensa en esta carne. Por tanto, amémonos los unos a los otros, para que podamos entrar en el reino de Dios. En tanto que tenemos tiempo para ser curados, pongámonos en las manos de Dios, el médico, dándole una recompensa. ¿Qué recompensa? Arrepentimiento procedente de un corazón sincero. Porque Él discierne todas las cosas con antelación y sabe lo que hay en nuestro corazón. Por tanto démosle eterna alabanza, no sólo con los labios, sino también con nuestro corazón, para que Él pueda recibirnos como hijos. Porque el Señor también ha dicho: Estos son mis hermanos, los que hacen la voluntad de mi Padre.

X. Por lo tanto, hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado, para que podamos vivir; y prosigamos la virtud, abandonando el vicio como precursor de nuestros pecados, y apartémonos de la impiedad para que no nos sobrevengan males. Porque si somos diligentes en hacer bien, la paz irá tras de nosotros. Porque por esta causa le es imposible al hombre +alcanzar la felicidad+, puesto que invitan a los temores de los hombres, prefiriendo el goce de este mundo a la promesa de la vida venidera. Porque no saben cuán gran tormento acarrea el goce de aquí, y el deleite que proporciona la promesa de lo venidero. Y verdaderamente, si hicieran estas cosas con respecto a ellos mismos, aún sería tolerable; pero lo que hacen es seguir enseñando el mal a almas inocentes, no sabiendo que tendrán una condenación doble, la suya y la de los que los escuchan.

XI. Por tanto sirvamos a Dios con el corazón puro, y seremos justos; pero si no le servimos, porque no creemos en la promesa de Dios, seremos unos desgraciados. Porque la palabra de la profecía dice también: Desgraciados los indecisos, que dudan en su corazón y dicen: Estas cosas ya las hemos oído, incluso en los días de nuestros padres; con todo, hemos aguardado día tras día y no hemos visto ninguna. ¡Necios!, comparaos a un árbol; pongamos una vid. Primero se desprende de las hojas, luego sale un brote, después viene el agraz y finalmente el racimo maduro. Del mismo modo mi pueblo tuvo turbación y aflicciones; pero después recibirá las cosas buenas. Por tanto, hermanos míos, no seamos indecisos, sino suframos con paciencia en esperanza, para que podamos obtener también nuestra recompensa. Porque fiel es el que prometió pagar a cada uno la recompensa de sus obras. Si hemos obrado justicia, pues, a los ojos de Dios, entraremos en su reino y recibiremos las promesas que ningún oído oyó, ni ha visto ojo alguno, ni aun han entrado en el corazón del hombre.

XII. Por tanto esperemos el reino de Dios a su sazón, en amor y justicia, puesto que no sabemos cuál es el día de la aparición de Dios. Porque el mismo Señor, cuando cierta persona le preguntó cuándo vendría su reino, contestó: Cuando los dos sean uno, y el de fuera como el de dentro, y el varón como la hembra, ni varón ni hembra. Ahora bien, los dos son uno cuando decimos la verdad entre nosotros, y en dos cuerpos habrá sólo un alma, sin disimulo. Y al decir lo exterior como lo interior quiere decir esto: lo interior quiere decir el alma, y lo exterior significa el cuerpo. Por tanto, de la misma manera que aparece el cuerpo, que se manifieste el alma en sus buenas obras. Y al decir el varón con la hembra, ni varón ni hembra, significa esto: que un hermano al ver a una hermana no debería pensar en ella como siendo una mujer, y que una hermana al ver a un hermano no debería pensar en él como siendo un hombre. Si hacéis estas cosas, dice Él, vendrá el reino de mi Padre.

XIII. Por tanto, hermanos, arrepintámonos inmediatamente. Seamos sobrios para lo que es bueno; porque estamos llenos de locura y maldad. Borremos nuestros pecados anteriores, y arrepintámonos con toda el alma y seamos salvos. Y que no seamos hallados complaciendo a los hombres. Ni deseemos agradarnos los unos a los otros solamente, sino también a los que están fuera, con nuestra justicia, para que el Nombre no sea blasfemado por causa de nosotros. Porque el Señor ha dicho: Mi nombre es blasfemado en todas formas entre todos los gentiles; y también: ¡Ay de aquel por razón del cual mi Nombre es blasfemado! ¿En qué es blasfemado? En que vosotros no hacéis las cosas que deseo. Porque los gentiles, cuando oyen de nuestra boca las palabras de Dios, se maravillan de su hermosura y grandeza; pero cuando descubren que nuestras obras no son dignas de las palabras que decimos, inmediatamente empiezan a blasfemar, diciendo que es un cuento falaz y un engaño. Porque cuando oyen que les decimos que Dios dice: ¿Qué clase de merecimiento es el vuestro, si amáis a los que os aman?; pero sí es un merecimiento vuestro si amáis a vuestros enemigos y a los que os aborrecen; cuando oyen estas cosas, digo, se maravillan de su soberana bondad; pero cuando ven que no sólo no amamos a los que nos aborrecen, sino que ni aun amamos a los que nos aman, se burlan de nosotros y nos desprecian, y el Nombre es blasfemado.

XIV. Por tanto, hermanos, si hacemos la voluntad de Dios nuestro Padre, seremos de la primera Iglesia, que es espiritual, que fue creada antes que el sol y la luna; pero si no hacemos la voluntad del Señor, seremos como la escritura que dice: Mi casa ha sido hecha cueva de ladrones. Por tanto, prefiramos ser de la Iglesia de la vida, para que seamos salvados. Y no creo que ignoréis que la Iglesia viva es el cuerpo de Cristo; porque la Escritura dice: Dios hizo al hombre, varón y hembra. El varón es Cristo y la hembra es la Iglesia. Y los libros y los apóstoles declaran de modo inequívoco que la Iglesia no sólo existe ahora por primera vez, sino que ha sido desde el principio: porque era espiritual, como nuestro Jesús era también espiritual, pero fue manifestada en los últimos días para que Él pueda salvarnos. Ahora bien, siendo la Iglesia espiritual, fue manifestada en la carne de Cristo, con lo cual nos mostró que, si alguno de nosotros la guarda en la carne y no la contamina, la recibirá de nuevo en el Espíritu Santo; porque esta carne es la contrapartida y copia del espíritu. Ningún hombre que haya contaminado la copia, pues, recibirá el original como porción suya. Esto es, pues, lo que Él quiere decir, hermanos: Guardad la carne para que podáis participar del espíritu. Pero si decimos que la carne es la Iglesia y el espíritu es Cristo, entonces el que haya obrado de modo inexcusable con la carne ha obrado de modo inexcusable con la Iglesia. Este, pues, no participará del espíritu, que es Cristo. Tan excelente es la vida y la inmortalidad que esta carne puede recibir como su porción si el Espíritu Santo va unido a ella. Nadie puede declarar o decir las cosas que el Señor tiene preparadas para sus elegidos.

XV. Ahora bien, no creo que haya dado ningún consejo despreciable respecto a la continencia, y todo el que lo ponga por obra no se arrepentirá del mismo, sino que le salvará a él y a mí, su consejero. Porque es una gran recompensa el convenir a un alma extraviada y a punto de perecer, para que pueda ser salvada. Porque ésta es la recompensa que podemos dar a Dios, que nos ha creado, si el que habla y escucha, a su vez habla y escucha con fe y amor. Por tanto permanezcamos en las cosas que creemos, en la justicia y la santidad, para que podamos con confianza pedir a Dios que dice: Cuando aún estás hablando, he aquí Yo estoy contigo. Porque estas palabras son la garantía de una gran promesa: porque el Señor dice de sí mismo que está más dispuesto a dar que el que pide a pedir. Viendo, pues, que somos participantes de una bondad tan grande, no andemos remisos en obtener tantas cosas buenas. Porque así como es grande el plaçer que proporcionan estas palabras a los que las ejecutan, así será la condenación que acarrean sobre sí mismos los que han sido desobedientes.

XVI. Por tanto, hermanos, siendo así que la oportunidad que hemos tenido para el arrepentimiento no ha sido pequeña, puesto que tenemos tiempo para ello, volvámonos a Dios que nos ha llamado, entretanto que tenemos a Uno que nos reciba. Porque si nos desprendemos de estos goces y vencemos nuestra alma, rehusando dar satisfacción a sus concupiscencias, seremos partícipes de la misericordia de Jesús. Porque sabéis que el día del juicio está acercándose, como un horno encendido, y los poderes de los cielos se disolverán, y toda la tierra se derretirá como plomo en el fuego, y entonces se descubrirá el secreto y las obras ocultas de los hombres. El dar limosna es, pues, una cosa buena, como el arrepentirse del pecado. El ayuno es mejor que la oración, pero el dar limosna mejor que estos dos. Y el amor cubrirá multitud de pecados, pero la oración hecha en buena conciencia libra de la muerte. Bienaventurado el hombre que tenga abundancia de ellas. Porque el dar limosna quita la carga del pecado.

XVII. Arrepintámonos, pues, de todo corazón, para que ninguno de nosotros perezca por el camino. Porque si hemos recibido mandamiento de que debemos también ocuparnos de esto, apartar a los hombre de sus ídolos e instruirlos, ¡cuánto peor es que un alma que conoce ya a Dios perezca! Por tanto, ayudémonos los unos a los otros, de modo que podamos guiar al débil hacia arriba, como abrazando lo que es bueno, a fin de que todos podamos ser salvados; y convirtámonos y amonestémonos unos a otros. Y no intentemos prestar atención y creer sólo ahora, cuando nos están amonestando los presbíteros; sino que también, cuando hayamos partido para casa, recordemos los mandamientos del Señor y no permitamos ser arrastrados por otro camino por nuestros deseos mundanos; asimismo, vengamos aquí con más frecuencia, y esforcémonos en progresar en los mandamientos del Señor, para que, unánimes, podamos ser reunidos para vida. Porque el Señor ha dicho: Vengo para congregar a todas las naciones, tribus y lenguas. Al decir esto habla del día de su aparición, cuando vendrá a redimirnos, a cada uno según sus obras. Y los no creyentes verán su gloria y su poder, y se quedarán asombrados al ver el reino del mundo entregado a Jesús, y dirán: Ay de nosotros, porque Tú eras, y nosotros no te conocimos y no creímos en Ti; y no obedecimos a los presbíteros cuando nos hablaban de nuestra salvación. Y su gusano no morirá, y su fuego no se apagará, y serán hechos un ejemplo para toda carne. Está hablando del día del juicio, cuando los hombres verán a aquellos que, entre vosotros, han vivido vidas impías y han puesto por obra falsamente los mandamientos de Jesucristo. Pero los justos, habiendo obrado bien y sufrido tormentos y aborrecido los placeres del alma, cuando contemplen a los que han obrado mal y negado a Jesús con sus palabras y con sus hechos, cuando sean castigados con penosos tormentos en un fuego inextinguible, darán gloria a Dios, diciendo: Habrá esperanza para aquel que ha servido a Dios de todo corazón.

XVIII. Por tanto seamos hallados entre los que dan gracias, entre los que han servido a Dios, y no entre los impíos que son juzgados. Porque yo también, siendo un pecador extremo y aún no libre de la tentación, sino en medio de las añagazas del diablo, procuro con diligencia seguir la justicia, para poder prevalecer consiguiendo llegar por lo menos cerca de ella, en tanto que temo el juicio venidero.

XIX. Por tanto, hermanos y hermanas, después de haber oído al Dios de verdad, os leo una exhortación a fin de que podáis prestar atención a las cosas que están escritas, para que podáis salvaros a vosotros mismos y al que lee en medio de vosotros. Porque os pido como una recompensa, que os arrepintáis de todo corazón y os procuréis la salvación y la vida. Porque al hacer esto estableceremos un objetivo para todos los jóvenes que desean esforzarse en la prosecución de la piedad y la bondad de Dios. Y no nos desanimemos y aflijamos, siendo como somos necios, cuando alguien nos aconseje que nos volvamos de la injusticia hacia la justicia. Porque a veces, cuando obramos mal, no nos damos cuenta de ello, por causa de la indecisión e incredulidad que hay en nuestros pechos, y nuestro entendimiento es enturbiado por nuestras vanas concupiscencias. Por tanto pongamos en práctica la justicia, para que podamos ser salvos hasta el fin. Bienaventurados los que obedecen estas ordenanzas. Aunque tengan que sufrir aflicción durante un tiempo breve en el mundo, recogerán el fruto inmortal de la resurrección. Por tanto, que no se aflija el que es piadoso si es desgraciado en los días presentes, pues le esperan tiempos de bienaventuranza. Volverá a vivir en el cielo con los padres y se regocijará durante toda una eternidad sin penas.

XX. Y no permitas tampoco que esto turbe tu mente, que vemos que los impíos poseen riquezas, y los siervos de Dios sufren estrecheces. Tengamos fe, hermanos y hermanas. Estamos militando en las filas de un Dios vivo; y recibimos entrenamiento en la vida presente, para que podamos ser coronados en la futura. Ningún justo ha recogido el fruto rápidamente, sino que ha esperado que le llegue. Porque si Dios hubiera dado la recompensa de los justos inmediatamente, entonces nuestro entrenamiento habría sido un pago contante y sonante, no un entrenamiento en la piedad; porque no habríamos sido justos yendo en pos de lo que es piadoso, sino de las ganancias. Y por esta causa el juicio divino alcanza al espíritu que no es justo, y lo llena de cadenas.

Al único Dios invisible, Padre de la verdad, que nos envió al Salvador y Príncipe de la inmortalidad, por medio del cual Dios también nos hizo manifiesta la verdad y la vida celestial, a Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es

Epistola de Clemente

EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

Clemente de Roma

La Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, a los que son llamados y santificados por la voluntad de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Gracia a vosotros y paz del Dios Todopoderoso os sea multiplicada por medio de Jesucristo.

I. Por causa de las calamidades y reveses, súbitos y repetidos, que nos han acaecido, hermanos, consideramos que hemos sido algo tardos en dedicar atención a las cuestiones en disputa que han surgido entre vosotros, amados, y a la detestable sedición, no santa, y tan ajena y extraña a los elegidos de Dios, que algunas personas voluntariosas y obstinadas han encendido hasta un punto de locura, de modo que vuestro nombre, un tiempo reverenciado, aclamado y encarecido a la vista de todos los hombres, ha sido en gran manera vilipendiado. Porque, ¿quién ha residido entre vosotros que no aprobara vuestra fe virtuosa y firme? ¿Quién no admiró vuestra piedad en Cristo, sobria y paciente? ¿Quién no proclamó vuestra disposición magnífica a la hospitalidad? ¿Quién no os felicitó por vuestro conocimiento perfecto y sano? Porque hacíais todas las cosas sin hacer acepción de personas, y andabais conforme a las ordenanzas de Dios, sometiéndoos a vuestros gobernantes y rindiendo a los más ancianos entre vosotros el honor debido. A los jóvenes recomendabais modestia y pensamientos decorosos; a las mujeres les encargabais la ejecución de todos sus deberes en una conciencia intachable, apropiada y pura, dando a sus propios maridos la consideración debida; y les enseñabais a guardar la regla de la obediencia, y a regir los asuntos de sus casas con propiedad y toda discreción.

II. Y erais todos humildes en el ánimo y libres de arrogancia, mostrando sumisión en vez de reclamarla, mds contentos de dar que de recibir, y contentos con las provisiones que Dios os proveía. Y prestando atención a sus palabras, las depositabais diligentemente en vuestros corazones, y teníais los sufrimientos de Cristo delante de los ojos. Así se os había concedido una paz profunda y rica, y un deseo insaciable de hacer el bien. Además, había caído sobre todos vosotros un copioso derramamiento del Espíritu Santo; y, estando llenos de santo consejo, en celo excelente y piadosa confianza, extendíais las manos al Dios Todopoderoso, suplicándole que os fuera propicio, en caso de que, sin querer, cometierais algún pecado. Y procurabais día y noche, en toda la comunidad, que el número de sus elegidos pudiera ser salvo, con propósito decidido y sin temor alguno. Erais sinceros y sencillos, y libres de malicia entre vosotros. Toda sedición y todo cisma era abominable para vosotros. Os sentíais apenados por las transgresiones de vuestros prójimos; con todo, juzgabais que sus deficiencias eran también vuestras. No os cansabais de obrar bien, sino que estabais dispuestos para toda buena obra. Estando adornados con una vida honrosa y virtuosa en extremo, ejecutabais todos vuestros deberes en el temor de Dios. Los mandamientos y las ordenanzas del Señor estaban escritas en las tablas de vuestro corazón.

III. Os había sido concedida toda gloria y prosperidad, y así se cumplió lo que está escrito: Mi amado comió y bebió y prosperó y se llenó de gordura y empezó a dar coces. Por ahí entraron los celos y la envidia, la discordia y las divisiones, la persecución y el tumulto, la guerra y la cautividad. Y así los hombres empezaron a agitarse: los humildes contra los honorables, los mal reputados contra los de gran reputación, los necios contra los sabios, los jóvenes contra los ancianos. Por esta causa la justicia y la paz se han quedado a un lado, en tanto que cada uno ha olvidado el temor del Señor y quedado ciego en la fe en Él, no andando en las ordenanzas de sus mandamientos ni viviendo en conformidad con Cristo, sino cada uno andando en pos de las concupiscencias de su malvado corazón, pues han concebido unos celos injustos e impíos, por medio de los cuales también la muerte entró en el mundo.

IV. Porque como está escrito: Y aconteció después de unos días, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no prestó atención a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante. Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si has ofrecido rectamente y no has dividido rectamente, ¿no has pecado? ¡Calla! Con todo esto, él se volverá a ti y tú te enseñorearás de él. Y dijo Caín a su hermano Abel. Salgamos a la llanura. Y aconteció que estando ellos en la llanura, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Veis, pues, hermanos, que los celos y la envidia dieron lugar a la muerte del hermano. Por causa de los celos, nuestro padre Jacob tuvo que huir de delante de Esaú su hermano. Los celos fueron causa de que José fuera perseguido a muerte, y cayera incluso en la esclavitud. Los celos forzaron a Moisés a huir de delante de Faraón, rey de Egipto, cuando le dijo uno de sus paisanos: ¿Quién te ha puesto por juez entre nosotros? ¿Quieres matarme, como ayer mataste al egipcio? Por causa de los celos Aarón y Miriam tuvieron que alojarse fuera del campamento. Los celos dieron como resultado que Datán y Abiram descendieran vivos al Hades, porque hicieron sedición contra Moisés el siervo de Dios. Por causa de los celos David fue envidiado no sólo por los filisteos, sino perseguido también por Saúl [rey de Israel].

V. Pero, dejando los ejemplos de los días de antaño, vengamos a los campeones que han vivido más cerca de nuestro tiempo. Pongámonos delante los nobles ejemplos que pertenecen a nuestra generación. Por causa de celos y envidia fueron perseguidos y acosados hasta la muerte las mayores y más íntegras columnas de la Iglesia. Miremos a los buenos apóstoles. Estaba Pedro, que, por causa de unos celos injustos, tuvo que sufrir, no uno o dos, sino muchos trabajos y fatigas, y habiendo dado su testimonio, se fue a su lugar de gloria designado. Por razón de celos y contiendas Pablo, con su ejemplo, señaló el premio de la resistencia paciente. Después de haber estado siete veces en grillos, de haber sido desterrado, apedreado, predicado en el Oriente y el Occidente, ganó el noble renombre que fue el premio de su fe, habiendo enseñado justicia a todo el mundo y alcanzado los extremos más distantes del Occidente; y cuando hubo dado su testimonio delante de los gobernantes, partió del mundo y fue al lugar santo, habiendo dado un ejemplo notorio de resistencia paciente.

VI. A estos hombres de vidas santas se unió una vasta multitud de los elegidos, que en muchas indignidades y torturas, víctimas de la envidia, dieron un valeroso ejemplo entre nosotros. Por razón de los celos hubo mujeres que fueron perseguidas, después de haber sufrido insultos crueles e inicuos, +como Danaidas y Dirces+, alcanzando seguras la meta en la carrera de la fe, y recibiendo una recompensa noble, por más que eran débiles en el cuerpo. Los celos han separado a algunas esposas de sus maridos y alterado el dicho de nuestro padre Adán: Ésta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne. Los celos y las contiendas han derribado grandes ciudades y han desarraigado grandes naciones.

VII. Estas cosas, amados, os escribimos no sólo con carácter de admonición, sino también para haceros memoria de nosotros mismos. Porque nosotros estamos en las mismas listas y nos está esperando la misma oposición. Por lo tanto, pongamos a un lado los pensamientos vanos y ociosos; y conformemos nuestras vidas a la regla gloriosa y venerable que nos ha sido transmitida; y veamos lo que es bueno y agradable y aceptable a la vista de Aquel que nos ha hecho. Pongamos nuestros ojos en la sangre de Cristo y démonos çuenta de lo precioso que es para su Padre, porque habiendo sido derramado por nuestra salvación, ganó para todo el mundo la gracia del arrepentimiento. Observemos todas las generaciones en orden, y veamos que de generación en generación el Señor ha dado oportunidad para el arrepentimiento a aquellos que han deseado volverse a Él. Noé predicó el arrepentimiento, y los que le obedecieron se salvaron. Jonás predicó la destrucción para los hombres de Nínive; pero ellos, al arrepentirse de sus pecados, obtuvieron el perdón de Dios mediante sus súplicas y recibieron salvación, por más que eran extraños respecto a Dios.

VIII. Los ministros de la gracia de Dios, por medio del Espíritu Santo, hablaron referente al arrepentimiento. Sí, y el Señor del universo mismo habló del arrepentimiento con un juramento: Vivo yo, dice el Señor, que no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se arrepienta; y añadió también un juicio misericordioso: Arrepentíos, oh casa de Israel, de vuestra iniquidad; decid a los hijos de mi pueblo: Aunque vuestros pecados lleguen desde la tierra al cielo, y aunque sean más rojos que el carmesí y más negros que la brea, y os volvéis a mí de todo corazón y decís Padre, yo os prestaré oído como a un pueblo santo. Y en otro lugar dice de esta manera: Lavaos, limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer lo bueno; buscad la justicia; defended al oprimido, juzgad la causa del huérfano, haced justicia a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si queréis y obedecéis, comeréis el bien de la tierra; si rehusáis y sois rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de Jehová Lo ha dicho. Siendo así, pues, que Él desea que todos sus amados participen del arrepentimiento, lo confirmó con un acto de su voluntad poderosa.

IX. Por lo cual seamos obedientes a su voluntad excelente y gloriosa, y presentémonos como suplicantes de su misericordia y bondad, postrémonos ante Él y recurramos a sus compasiones prescindiendo de labores y esfuerzos vanos y de celos que llevan a la muerte. Fijemos nuestros ojos en aquellos que ministraron de modo perfecto a su gloria excelente. Miremos a Enoc, el cual, habiendo sido hallado justo en obediencia, fue arrebatado al cielo y no fue hallado en su muerte. Noé, habiendo sido fiel en su ministerio, predicó regeneración al mundo, y por medio de él el Señor salvó a las criaturas vivientes que entraron en el arca de la concordia.

X. Abraham, que fue llamado el «amigo», fue hallado fiel en haber rendido obediencia a las palabras de Dios. Por medio de la obediencia partió de su tierra y su parentela y de la casa de su padre, para que, abandonando una tierra escasa y una reducida parentela y una casa mediocre, pudiera heredar las promesas de Dios. Porque Él le dijo: Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré; y engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y de nuevo, cuando se separó de Lot, les dijo: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la doré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Y de nuevo dice: Dios hizo salir a Abraham y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Así será tu descendencia. Y Abraham creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Por su fe y su hospitalidad le fue concedido un hijo siendo anciano, y en obediencia lo ofreció a Dios en sacrificio en uno de los montes que Él le mostró.

XI. Por su hospitalidad y piedad Lot fue salvado de Sodoma, cuando todo el país de los alrededores fue juzgado por medio de fuego y azufre; el Señor con ello anunció que no abandona a los que han puesto su esperanza en Él, y que destina a castigo y tormento a los que se desvían. Porque cuando la esposa de Lot hubo salido con él, no estando ella de acuerdo y pensando de otra manera, fue destinada a ser una señal de ello, de modo que se convirtió en una columna de sal hasta este día, para que todos los hombres supieran que los indecisos y los que dudan del poder de Dios son puestos para juicio y ejemplo a todas las generaciones.

XII. Por su fe y su hospitalidad fue salvada Rahab la ramera. Porque cuando Josué hijo de Nun envió a los espías a Jericó, el rey del país averiguó que ellos habían ido a espiar su tierra, y envió a algunos hombres para que se apoderaran de ellos y después les dieran muerte. Por lo que la hospitalaria ramera los recibió y los escondió, en el terrado, bajo unos manojos de lino. Y cuando los mensajeros del rey llegaron y le dijeron: Saca a los hombres que han venido a ti, y han entrado en tu casa; porque han venido para espiar la tierra, ella contestó: Es verdad que los que buscáis vinieron a mt, pero se marcharon al poco y están andando por su camino; y les indicó el camino opuesto. Y ella dijo a los hombres: Sé que Jehová os ha dado esta ciudad; porque el temor de vosotros ha caldo sobre sus habitantes. Cuando esto acontezca y toméis la tierra, salvadme a mí y la casa de mi padre. Y ellos le contestaron: Será tal como tú nos has hablado. Cuando adviertas que estamos llegando, reunirás a los tuyos debajo de tu techo, y serán salvos; porque cuantos sean hallados fuera de la casa, perecerán. Y además le dieron una señal, que debía colgar fuera de la casa un cordón de grana, mostrando con ello de antemano que por medio de la sangre del Señor habrá redención para todos los que creen y esperan en Dios. Veis pues, amados, que se halla en la mujer no sólo fe, sino también profecía.

XIII. Seamos, pues, humildes, hermanos, poniendo a un lado toda arrogancia y engreimiento, y locura e ira, y hagamos lo que está escrito. Porque el Espíritu Santo dice: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas; mas el que se alabe que lo haga en el Señor, que le busca y hace juicio y justicia; y, sobre toda~ recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo, enseñando indulgencia y longanimidad: Tened misericordia, y recibiréis misericordia; perdonad, y seréis perdonados. Lo que hagáis, os lo harán a vosotros. Según deis, os será dado. Según juzguéis, seréis juzgados. Según mostréis misericordia, se os mostrará misericordia. Con la medida que midáis se os volverá a medir. Afiancémonos en este mandamiento y estos preceptos, para que podamos andar en obediencia a sus santas palabras, con ánimo humilde. Porque la palabra santa dice: ¿A quién miraré, sino a aquel que es manso y humilde de espíritu y teme mis palabras?

XIV. Por tanto, es recto y apropiado, hermanos, que seamos obedientes a Dios, en vez de seguir a los que, arrogantes y díscolos, se han puesto a sí mismos como caudillos en una contienda de celos abominables. Porque nos acarrearemos, no un daño corriente, sino más bien un gran peligro si nos entregamos de modo temerario a los propósitos de los hombres que se lanzan a contiendas y divisiones, apartándonos de lo que es recto. Seamos, pues, buenos los unos hacia los otros, según la compasión y dulzura de Aquel que nos ha hecho. Porque está escrito: Los rectos habitarán la tierra, y los inocentes permanecerán en ella; mas los transgresores serán cortados y desarraigados de ella. Y de nuevo dice: Vi al impío elevado y exaltado como los cedros del Líbano. Y pasé, y he aquí ya no estaba; y busqué su lugar, y no lo encontré. Guarda la inocencia, y mira la justicia; porque hay un remanente para el pacífico.

XV. Por tanto, hemos de adherirnos a los que practican la paz con la piedad, y no a los que desean la paz con disimulo. Porque Él dice en cierto lugar: Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí; y también: Bendicen con la boca, pero maldicen con su corazón. Y de nuevo Él dice: Le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían, pues sus corazones no eran rectos con él, ni se mantuvieron firmes en su pacto. Por esta causa, enmudezcan los labios mentirosos, y callen los que profieren insolencias contra el justo. Y de nuevo: Arranque Jehová todos los labios lisonjeros, y la lengua que habla jactanciosamente; a los que han dicho: Engrandezcamos nuestra lengua; nuestros labios son nuestros, ¿quién es señor sobre nosotros? A causa de la opresión del humilde y el gemido de los menesterosos, ahora me levantaré, dice Jehová; le pondré en seguridad; haré grandes cosas por él.

XVI. Porque Cristo está con los que son humildes de corazón y no con los que se exaltan a sí mismos por encima de la grey. El cetro [de la majestad] de Dios, a saber, nuestro Señor Jesucristo, no vino en la pompa de arrogancia o de orgullo, aunque podría haberlo hecho, sino en humildad de corazón, según el Espíritu Santo habló, diciendo: Porque dijo: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Ya quién se ha revelado el brazo de Jehová? Lo anunciamos en su presencia. Era como un niño, como una raíz en tierra seca. No hay apariencia en Él, ni gloria. Y le contemplamos, y no había en Él apariencia ni hermosura, sino que su apariencia era humilde, inferior a la forma de los hombres. Era un hombre expuesto a azotes y trabajo, experimentado en quebrantos; porque su rostro estaba vuelto. Fue despreciado y desechado. Llevó nuestros pecados y sufrió dolor en lugar nuestro; y nosotros le consideramos herido y afligido. Y Él fue herido por nuestros pecados y afligido por nuestras iniquidades. El castigo de nuestra paz es sobre Él. Con sus llagas fuimos nosotros’ sanados. Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su propio camino; y el Señor lo entregó por nuestros pecados. Y Él no abre su boca aunque es afligido. Como una oveja fue llevado al matadero; y como un cordero delante del trasquilador, es mudo y no abre su boca. En su humillación su juicio le fue quitado. Su generación ¿quién la declarará? Porque su vida fue cortada de la tierra. Por las iniquidades de mi pueblo he llegado a la muerte. Daré a los impíos por su sepultura, y a los ricos por su muerte; porque no obró iniquidad, ni fue hallado engaño en su boca. Y el Señor desea limpiarle de sus heridas. Si hacéis ofrenda por el pecado, vuestra alma verá larga descendencia. Y el Señor desea quitarle el padecimiento de su alma, mostrarle luz y moldearle con conocimiento, para justificar al Justo que es un buen siervo para muchos. Y Él llevará los pecados de ellos. Por tanto heredará a muchos, y dividirá despojos con los fuertes; porque su alma fue entregada a la muerte, y fue contado como los transgresores; y Él llevó los pecados de muchos, y por sus pecados fue entregado. Y de nuevo, Él mismo dice: Mas yo soy gusano y no hombre; oprobio de los hombres y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; tuercen los labios, menean la cabeza, diciendo: Esperó en el Señor, que le libre; sálvele, puesto que en él se complacía. Veis, queridos hermanos, cuál es el ejemplo que nos ha sido dado; porque si el Señor era humilde de corazón de esta manera, ¿qué deberíamos hacer nosotros; que por Él hemos sido puestos bajo el yugo de su gracia?

XVII. Iimitemos a los que anduvieron de un lugar a otro en pieles de cabras y pieles de ovejas, predicando la venida de Cristo. Queremos decir Elías y Eliseo y también Ezequiel, los profetas, y aquellos que han merecido un buen nombre. Abraham alcanzó un nombre excelente y fue llamado el amigo de Dios; y contemplando firmemente la gloria de Dios, dice en humildad de corazón: Pero yo soy polvo y ceniza. Además, también se ha escrito con respecto a Job: Y Job era justo y sin tacha, temeroso de Dios y se abstenía del mal. Con todo, él mismo se acusa diciendo: Ningún hombre está libre de inmundicia; no, ni aun si su vida dura sólo un día. Moisés fue llamado fiel en toda su casa, y por medio de su ministración Dios juzgó a Egipto con las plagas y los tormentos que les ocurrieron. Y él también, aunque altamente glorificado, no pronunció palabras orgullosas sino que dijo, al recibir palabra de Dios en la zarza: ¿Quién soy yo para que me envíes a mí? No, yo soy tardo en el habla y torpe de lengua. De nuevo dijo: Yo soy humo de la olla.

XVII. Pero, ¿qué diremos de David que obtuvo un buen nombre?, del cual dijo: He hallado a un hombre conforme a mi corazón, David, el hijo de Jsaí, con misericordia eterna le he ungido. También dijo David a Dios: Ten misericordia de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia; y conforme. a la multitud de tus compasiones, borra mi iniquidad. Ltmpiame más aún de mi iniquidad, y lávame de mi pecado. Porque reconozco mi iniquidad, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra Ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tu vista; para que Tú seas justificado en tus palabras, y puedas vencer en tu alegación. Porque he aquí fui concebido en iniquidad, y en pecados me llevó mi madre. Porque he aquí Tú amas la verdad; Tú me has mostrado cosas oscuras y escondidas de tu sabiduría. Tú me rociarás con hisopo y seré limpiado. Tú me lavarás, y pasaré a ser más blanco que la nieve. Tú me harás oír gozo y alegría. Los huesos que han sido humillados se regocijarán. Aparta tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Hazme un corazón limpio dentro de mí, oh Dios, y renueva un espíritu recto en mis entrañas. No me eches de tu presencia, y no me quites tu Santo Espíritu. Restáurame el gozo de tu salvación, y corrobórame con un espíritu de gobierno. Enseñaré tus caminos a los pecadores, y los impíos se convertirán a Ti. Líbrame de la culpa de sangre, oh Dios, Dios de mi salvación. Mi lengua se regocijará en tu justicia. Señor, tú abrirás mi boca, y mis labios declararán tu alabanza. Porque si Tú hubieras deseado sacrificio, te lo habría dado; de holocaustos enteros no te agradas. El sacrificio para Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia.

XIX. Así pues, la humildad y sumisión de tantos hombres y tan importantes, que de este modo consiguieron un buen nombre por medio de la obediencia, nos ha hecho mejores no sólo a nosotros, sino también a las generaciones que fueron antes que nosotros, a saber, las que recibieron sus palabras en temor y verdad. Viendo, pues, que somos partícipes de tantos hechos grandes y gloriosos, apresurémonos a volver al objetivo de la paz que nos ha sido entregado desde el principio, y miremos fijamente al Padre y Autor de todo el mundo, y mantengámonos unidos a sus excelentes dones de paz y beneficios. Contemplémosle en nuestra mente, y miremos con los ojos del alma su voluntad paciente y sufrida. Notemos cuán libre está de ira hacia todas sus criaturas.

XX. Los cielos son movidos según sus órdenes y le obedecen en paz. Día y noche realizan el curso que Él les ha asignado, sin estorbarse el uno al otro. El sol y la luna y las estrellas movibles dan vueltas en armonía, según Él les ha prescrito, dentro de los límites asignados, sin desviarse un punto. La tierra, fructífera en cumplimiento de su voluntad en las estaciones apropiadas, produce alimento que es provisión abundante para hombres y bestias y todas las criaturas vivas que hay en ella, sin disentir en nada, ni alterar nada de lo que Él ha decretado. Además, las profundidades inescrutables de los abismos y los inexpresables +estatutos+ de las regiones inferiores se ven constreñidos por las mismas ordenanzas. El mar inmenso, recogido por obra suya en un lugar, no pasa las barreras de que está rodeado; sino que, según se le ordenó, así lo cumple. Porque El dijo: Hasta aquí llegarás, y tus olas se romperán dentro de ti. El océano que el hombre no puede pasar, y los mundos más allá del mismo, son dirigidos por las mismas ordenanzas del Señor. Las estaciones de la primavera, el verano, el otoño y el invierno se suceden la una a la otra en paz. Los vientos en sus varias procedencias en la estación debida, cumplen su ministerio sin perturbación; y las fuentes de flujo incesante, creadas para el goce y la salud, no cesan de manar sosteniendo la vida de los hombres. Todas estas cosas el gran Creador y Señor del universo ordenó que se mantuvieran en paz y concordia, haciendo bien a todos, pero mucho más que al resto, a nosotros, los que nos hemos refugiado en las misericordias clementes de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y la majestad para siempre jamás. Amén

XXI. Estad atentos, pues, hermanos, para que sus beneficios, que son muchos, no se vuelvan en juicio contra nosotros, si no andamos como es digno de El, y hacemos las cosas que son buenas y agradables a su vista, de buen grado. Porque Él dijo en cierto lugar: El Espíritu del Señor es una lámpara que escudriña las entrañas. Veamos cuán cerca está, y que ninguno de nuestros pensamientos o planes que hacemos se le escapa. Por tanto, es bueno que no nos apartemos de su voluntad. Es mejor que ofendamos a hombres necios e insensatos que se exaltan y enorgullecen en la arrogancia de sus palabras que no que ofendamos a Dios. Sintamos el temor del Señor Jesu[cristo], cuya sangre fue entregada por nosotros. Reverenciemos a nuestros gobernantes; honremos a nuestros ancianos; instruyamos a nuestros jóvenes en la lección del temor de Dios. Guiemos a nuestras mujeres hacia lo que es bueno: que muestren su hermosa disposición de pureza; que prueben su afecto sincero de bondad; que manifiesten la moderación de su lengua por medio del silencio; que muestren su amor, no en preferencias partidistas, sino sin parcialidad hacia todos los que temen a Dios, en santidad. Que nuestros hijos sean participantes de la instrucción que es en Cristo; que aprendan que la humildad de corazón prevalece ante Dios, qué poder tiene ante Dios el amor casto, que el temor de Dios es bueno y grande y salva a todos los que andan en él en pureza de corazón y santidad. Porque Él escudriña las intenciones y los deseos; su aliento está en nosotros, y cuando Él se incline a hacerlo, lo va a quitar.

XXII. Ahora bien, todas estas cosas son confirmadas por la fe que hay en Cristo; porque Él mismo, por medio del Espíritu Santo, nos invita así: Venid a mí, hijos, escuchadme y os enseñaré el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que desea vida, que busca muchos días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz, y corre tras ella. Los ojos de Jehová están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones. Pero el rostro del Señor está sobre los que hacen mal, para destruir su recuerdo de la tierra. Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias. Muchos son los males del justo, y de todos ellos le librará Jehová. Y también: Muchos dolores habrá para el pecador, mas al que espera en Jehová le rodeará la misericordia.

XXIII. El Padre, que es compasivo en todas las cosas, y dispuesto a hacer bien, tiene compasión de los que le temen, y con bondad y amor concede sus favores a aquellos que se acercan a Él con sencillez de corazón. Por tanto, no seamos indecisos ni consintamos que nuestra alma se permita actitudes vanas y ociosas respecto a sus dones excelentes y gloriosos. Que no se nos aplique este pasaje de la escritura que dice: Desventurado el de doble ánimo, que duda en su alma y dice: Estas cosas oímos en los días de nuestros padres también, y ahora hemos llegado a viejos, y ninguna de ellas nos ha acontecido. Insensatos, comparaos a un árbol; pongamos una vid. Primero se le caen las hojas, luego sale un brote, luego una hoja, luego una flor, más tarde un racimo agraz, y luego un racimo maduro. Como veis, en poco tiempo el fruto del árbol llega a su sazón. Verdaderamente pronto y súbitamente se realizará su voluntad, de lo cual da testimonio también la escritura, al decir: Su hora está al caer, y no se demorará; y el Señor vendrá súbitamente a su templo; el Santo, a quien vosotros esperáis.

XXIV. Entendamos, pues, amados, en qué forma el Señor nos muestra continuamente la resurrección que vendrá después; de la cual hizo al Señor Jesucristo las primicias, cuando le levantó de los muertos. Consideremos, amados, la resurrección que tendrá lugar a su debido tiempo. El día y la noche nos muestran la resurrección. La noche se queda dormida, y se levanta el día; el día parte, y viene la noche. Consideremos los frutos, cómo y de qué manera tiene lugar la siembra. El sembrador sale y echa sobre la tierra cada una de las semillas, y éstas caen en la tierra seca y desnuda y se descomponen; pero entonces el Señor en su providencia hace brotar de sus restos nuevas plantas, que se multiplican y dan fruto.

XXV. Consideremos la maravillosa señal que se ve en las regiones del oriente, esto es, en las partes de Arabia. Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de morir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva toma consigo el ataúd en que se hallan los huesos de su progenitor, y los lleva desde el país de Arabia al de Egipto, a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y a la vista de todos, volando hasta el altardel Sol, los deposita allí; y una vez hecho esto, emprende el regreso. Entonces los sacerdotes examinan los registros de los tiempos, y encuentran que ha venido cuando se han cumplido los quinientos años.

XXVI. ¿Pensamos, pues, que es una cosa grande y maravillosa si el Creador del universo realiza la resurrección de aquellos que le han servido con santidad en la continuidad de una fe verdadera, siendo así que Él nos muestra incluso por medio de un ave la magnificencia de su promesa? Porque Él dice en cierto lugar: Y tú me levantarás, y yo te alabaré; y: Me acosté y dormí, y desperté; porque Tú estabas conmigo. Y también dice Job: Tú levantarás esta mi carne, que ha soportado todas estas cosas.

XXVII. Con esta esperanza, pues, que nuestras almas estén unidas a Aquel que es fiel en sus promesas y recto en sus juicios. El que manda que no se mienta, con mayor razón no mentirá; porque nada es imposible para Dios, excepto el mentir. Por tanto, que nuestra fe en Él se enardezca dentro de nosotros, y comprendamos que todas las cosas están cercanas para Él. Con una palabra de su majestad formó el universo; y con una palabra puede destruirlo. Quién le dirá: ¿Qué has hecho?; o ¿quién resistirá el poder de su fuerza? Cuando quiere, y si quiere, puede hacer todas las cosas; y ni una sola cosa dejará de ocurrir de las que Él ha decretado. Todas las cosas están ante su vista, y nada se escapa de su control, puesto que Los cielos declaran la gloria de Dios, y el firmamento proclamo la obra de sus manos. Un día da palabra al otro día, y la noche proclama conocimiento á la otra noche; y no hay palabras ni discursos ni se oye voz alguna.

XXVIII. Siendo así, pues, que todas las cosas son vistas y oídas, tengámosle temor, y abandonemos todos los deseos abominables de las malas obras, para que podamos ser protegidos por su misericordia en los juicios futuros. Porque, ¿adónde va a escapar cualquiera de nosotros de su mano fuerte? ¿Y qué mundo va a recibir a cualquiera que deserta de su servicio? Porque la santa escritura dice en cierto lugar: ¿Adónde iré, y dónde me esconderé de tu presencia? Si asciendo a los cielos, allí estás tú; si voy a los confines más distantes de la tierra, allí está tu diestra; y si me escondo en las profundidades, allí está tu Espíritu. ¿Adónde, pues, podrá uno esconderse, adónde podrá huir de Aquel que abarca todo el universo?

XXIX. Por tanto, acerquémonos a Él en santidad de alma, levantando nuestras manos puras e inmaculadas a Él, con amor hacia nuestro Padre bondadoso y compasivo, el cual ha hecho de nosotros su porción elegida. Porque está escrito: Cuando el Altísimo dividió a las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, estableció los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios. Su pueblo Jacob pasó a ser la porción del Señor, e Israel la medida de su herencia. Y en otro lugar dice: He aquí, el Señor toma para sí una nación de entre las naciones como un hombre toma las primicias de su era; y el lugar santísimo saldrá de esta nación.

XXX. Viendo, pues, que somos una porción especial de un Dios santo, hagamos todas las cosas como corresponde a la santidad, abandonando las malas palabras, intereses impuros y abominables, borracheras y tumultos y concupiscencias detestables, adulterio abominable, orgullo despreciable; porque Dios (dice la Escritura) resiste al orgulloso y da gracia al humilde. Por tanto mantengámonos unidos a aquellos a quienes Dios da gracia. Vistámonos según corresponde, siendo humildes de corazón y templados, apartándonos de murmuraciones y habladurías ociosas, siendo justificados por las obras y no por las palabras. Porque Él dice: El que habla mucho, tendrá que oír mucho también. ¿Cree que es justo el que habla mucho? Bienaventurado es el nacido de mujer que vive corto tiempo. No seas abundante en palabras. Que nuestra alabanza sea de Dios, no de nosotros mismos; porque Dios aborrece a los que se alaban a sí mismos. Que el testimonio de que obramos bien lo den los otros, como fue dado de nuestros padres que eran justos. El atrevimiento, la arrogancia y la audacia son para los que son malditos de Dios; pero la paciencia y la humildad y la bondad convienen a los que son benditos de Dios.

XXXI. Por tanto acojámonos a su bendición y veamos cuáles son las formas de bendición. Estudiemos los datos de las cosas que han sucedido desde el comienzo. ¿Por qué fue bendecido nuestro padre Abraham? ¿No fue debido a que obró justicia y verdad por medio de la fe? Isaac, con confianza, como conociendo el futuro, fue llevado a un sacrificio voluntario. Jacob con humildad partió de su tierra a causa de su hermano, y fue a casa de Labán y le sirvió; y le fueron concedidas las doce tribus de Israel.

XXXII. Si alguno los considera uno por uno con sinceridad, comprenderá la magnificencia de los dones que Él nos concede. Porque de Jacob son todos los sacerdotes y levitas que ministran en el altar de Dios; de él es el Señor Jesús con respecto a la carne; de él son reyes y gobernantes y soberanos de la línea de Judá; sí, y el resto de las tribus son tenidas en un honor no pequeño, siendo así que Dios prometió diciendo: Tu simiente será como las estrellas del cielo. Todos ellos fueron, pues, glorificados y engrandecidos, no por causa de ellos mismos o de sus obras, o sus actos de justicia que hicieron, sino por medio de su voluntad. Y así nosotros, habiendo sido llamados por su voluntad en Cristo Jesús, no nos justificamos a nosotros mismos,o por medio de nuestra propia sabiduría o entendimiento o piedad u obras que hayamos hecho en santidad de corazón, sino por medio de la fe, por la cual el Dios Todopoderoso justifica a todos los hombres que han sido desde el principio; al cual sea la gloria para siempre jamás. Amén.

XXXIII. ¿Qué hemos de hacer, pues, hermanos? ¿Hemos de abstenemos ociosamente de hacer bien, hemos de abandonar el amor? Que el Señor no permita que nos suceda tal cosa; sino apresurémonos con celo y tesón en cumplir toda buena obra. Porque el Creador y Señor del mismo universo se regocija en sus obras. Porque con su poder sumo Él ha establecido los cielos, y en susabiduría incomprensible los ha ordenado. Y la tierra Él la separó del agua que la rodeaba, y la puso firme en el fundamento seguro de su propia voluntad; y a las criaturas vivas que andan en ella Él les dió existencia con su ordenanza. Habiendo, pues, creado el mar y las criaturas vivas que hay en él, Él lo incluyó todo bajo su poder. Sobre todo, como la obra mayor y más excelente de su inteligencia, con sus manos sagradas e infalibles Él formó al hombre a semejanza de su propia imagen. Porque esto dijo Dios: Hagamos al hombre según nuestra imagen y nuestra semejanza. Y Dios hizo al hombre; varón y hembra los hizo Él. Habiendo, pues, terminado todas estas cosas, las elogió y las bendijo y dijo: Creced y multiplicaos. Hemos visto que todos los justos estaban adornados de buenas obras. Sí, y el mismo Señor, habiéndose adornado Él mismo con obras, se gozó. Viendo, pues, que tenemos este ejemplo, apliquémonos con toda diligencia a su voluntad; hagamos obras de justicia con toda nuestra fuerza.

XXXIV. El buen obrero recibe el pan de su trabajo con confianza, pero el holgazán y descuidado no se atreve a mirar a su amo a la cara. Es, pues, necesario que seamos celosos en el bien obrar, porque de Él son todas las cosas; puesto que Él nos advierte de antemano, diciendo: He aquí, el Señor, y su recompensa viene con él; y su paga va delante de él, para recompensar a cada uno según su obra. El nos exhorta, pues, a creer en Él de todo corazón, y a no ser negligentes ni descuidados en toda buena obra. Gloriémonos y confiemos en Él; sometámonos a su voluntad; consideremos toda la hueste de sus ángeles, cómo están a punto y ministran su voluntad. Porque la escritura dice: Diez millares de diez millares estaban delante de El, y millares de millares le servían; y exclamaban: Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos; toda la creación está llena de su gloria. Sí, y nosotros, pues, congregados todos concordes y con la intención del corazón, clamemos unánimes sinceramente para que podamos ser hechos partícipes de sus promesas grandes y gloriosas. Porque Él ha dicho: Ojo no ha visto ni oído ha percibido, ni ha entrado en el corazón del hombre, qué grandes cosas Él tiene preparadas para los que pacientemente esperan en Él.

XXXV. ¡Qué benditos y maravillosos son los dones de Dios, amados! ¡Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en osadía, fe en confianza, templanza en santificación! Y todas estas cosas nosotros las podemos obtener. ¿Qué cosas, pues, pensáis que hay preparadas para los que esperan pacientemente en Él? El Creador y Padre de las edades, el Santo mismo, conoce su número y su hermosura. Esforcémonos, pues, para que podamos ser hallados en el número de los que esperan pacientemente en Él, para que podamos ser partícipes de los dones prometidos. Pero, ¿cómo será esto, amados? Si nuestra mente está fija en Dios por medio de la fe; si buscamos las cosas que le son agradables y aceptables; si realizamos aquí las cosas que parecen bien a su voluntad infalible y seguimos el camino de la verdad, desprendiéndonos de toda injusticia, iniquidad, avaricia, contiendas, malignidades y engaños, maledicencias y murmuraciones, aborrecimiento a Dios, orgullo y arrogancia, vanagloria e inhospitalidad. Porque todos los que hacen estas cosas son aborrecidos por Dios; y no sólo los que las hacen, sino incluso los que las consienten. Porque la escritura dice: Pero al pecador dijo Dios: ¿Por qué declaras mis ordenanzas, y pones mi pacto en tus labios? Tú aborreces mi enseñanza, y echaste mis palabras a tu espalda. Si ves a un ladrón, te unes a él, y con los adúlteros escoges tu porción. Tu boca multiplica maldades y tu lengua teje engaños. Te sientas y hablas mal de tu hermano, y contra el hijo de tu madre pones piedra de tropiezo. Tú has hecho estas cosas y guardas silencio. ¿Pensaste, hombre injusto, que yo sería como tú? Pero te redargüiré y las pondré delante de tus ojos. Entended, pues, estas cosas, los que os olvidáis de Dios, no sea que os desgarre como un león y no haya quien os libre. El sacrificio de alabanza me glorificará, y éste es el camino en que le mostraré la salvación de Dios.

XXXVI. Ésta es la manera, amados, en que encontramos nuestra salvación, a saber, Jesucristo el Sumo Sacerdote de nuestras ofrendas, el guardián y ayudador en nuestras debilidades. Fijemos nuestra mirada, por medio de Él, en las alturas de los cielos; por medio de Él contemplamos como en un espejo su rostro intachable y excelente; por medio de Él fueron abiertos los ojos de nuestro corazón; por medio de Él nuestra mente insensata y entenebrecida salta a la luz; por medio de Él el Señor ha querido que probemos el conocimiento inmortal; el cual, siendo el resplandor de su majestad, es muy superior a los ángeles, puesto que ha heredado un nombre más excelente que ellos. Porque está escrito: El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego; pero de su Hijo el Señor dice esto: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré a los gentiles por heredad, y los extremos de la tierra por posesión tuya. Y también le dice: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. ¿Quiénes son, pues, estos enemigos? Los que son malvados y resisten su voluntad.

XXXVII. Alistémonos, pues, hermanos, con toda sinceridad en sus ordenanzas intachables. Consideremos los soldados que se han alistado bajo nuestros gobernantes, de qué modo tan exacto, pronto y sumiso ejecutan las órdenes que se les dan. No todos son perfectos, ni jefes de millares, ni aun de centenares, ni de grupos de cmcuenta, etc.; sino que cada hombre en su propio rango ejecuta las órdenes que recibe del rey y de los gobernantes. Los grandes no pueden existir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. Hay una cierta mezcla en todas las cosas, y por ello es útil. Pongamos como ejemplo nuestro propio cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada; del mismo modo los pies sin la cabeza no son nada; incluso los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles para el cuerpo entero; pero todos los miembros cooperan y se unen en sumisión, para que todo el cuerpo pueda ser salvo.

XXXVIII. Así que, en nuestro caso, que todo el cuerpo sea salvado en Cristo Jesús, y que cada hombre esté sometido a su prójimo, según la gracia especial que le ha sido designada. Que el fuerte no desprecie al débil; y el débil respete al fuerte. Que los ricos ministren a los pobres; que los pobres den gracias a Dios, porque Él les ha dado a alguno por medio del cual son suplidas sus necesidades. El que es sabio, dé muestras de sabiduría, no en palabras, sino en buenas obras. El que es de mente humilde, que no dé testimonio de sí mismo, sino que deje que su vecino dé testimonio de él. El que es puro en la carne, siga siéndolo, y no se envanezca, sabiendo que es otro el que le concede su continencia. Consideremos, hermanos, de qué materiales somos hechos; qué somos, y de qué manera somos, y cómo vinimos al mundo; que Él nos ha formado y moldeado sacándonos del sepulcro y la oscuridad y nos ha traído al mundo, habiendo preparado sus beneficios de antemano, antes incluso de que hubiéramos nacido. Viendo, pues, que todas estas cosas las hemos recibido de Él, debemos darle gracias por todo a Él, para quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.

XXXIX. Los hombres insensatos, necios, torpes e ignorantes se burlan de nosotros, deseando ser ellos los que han de ser exaltados, según sus imaginaciones. Porque, ¿qué poder tiene un mortal? O ¿qué fuerza tiene un hijo de tierra? Porque está escrito: No había ninguna forma delante de mis ojos; y oí un aliento y una voz. ¿Qué, pues? ¿Será justo un mortal a la vista de Dios; o será un hombre intachable por sus obras; siendo así que Él no confía ni aun en sus siervos y aun halla faltas en sus ángeles? No. Y ni aun los cielos son puros ante sus ojos. ¡Cuánto más en los que habitan en casas de barro, del cual, o sea del mismo barro, nosotros mismos somosformados! Los quebrantó como la polilla. Porque no pueden valerse de sí mismos, y perecieron. El sopló sobre ellos y murieron, porque no tenían sabiduría. Pero tú da voces, por si alguno te obedece, o si ves a alguno de sus santos ángeles. Porque la ira mata al insensato, y la envidia al que se ha descarriado. Yo he visto al necio que echaba raíces y de repente su habitación fue consumida. Lejos estén sus hijos de la seguridad. Sean burlados en la puerta por personas inferiores, y no haya quien los libre. Porque las cosas preparadas para ellos se las comerá el justo; y ellos mismos no serán librados de males.

XL. Por cuanto estas cosas, pues, nos han sido manifestadas ya, y hemos escudriñado en las profundidades del conocimiento divino, deberíamos hacer todas las cosas en orden, todas las que el Señor nos ha mandado que hiciéramos a su debida sazón. Que las ofrendas y servicios que Él ordena sean ejecutados con cuidado, y no precipitadamente o en desorden, sino a su tiempo y sazón debida.Y donde y por quien Él quiere que sean realizados, Él mismo lo ha establecido con su voluntad suprema; que todas las cosas sean hechas con piedad, en conformidad con su beneplácito para que puedan ser aceptables a su voluntad. Así pues, los que hacen sus ofrendás al tiempo debido son aceptables y benditos, porque siguiendo lo instituido por el Señor, no pueden andar descaminados. Porque al sumo sacerdote se le asignan sus servicios propios, y a los sacerdotes se les asigna su oficio propio, y a los levitas sus propias ministraciones. El lego debe someterse a las ordenanzas para el lego.

XLI. Cada uno de nosotros, pues, hermanos, en su propio orden demos gracias a Dios, manteniendo una conciencia recta y sin transgredir la regla designada de su servicio, sino obrando con toda propiedad y decoro. Hermanos, los sacrificios diarios continuos no son ofrecidos en cualquier lugar, o las ofrendas voluntarias, o las ofrendas por el pecado y las faltas, sino que son ofrecidos sólo en Jerusalén. E incluso allí, la ofrenda no es presentada en cualquier lugar, sino ante el santuario en el patio del altar; y esto además por medio del sumo sacerdote y los ministros mencionados, después que la víctima a ofrecer ha sido inspeccionada por si tiene algún defecto. Los que hacen algo contrario a la ordenanza debida, dada por su voluntad, reciben como castigo la muerte. Veis, pues, hermanos, que por el mayor conocimiento que nos ha sido concedido a nosotros, en proporción, nos exponemos al peligro en un grado mucho mayor.

XLII. Los apóstoles recibieron el Evangelio para nosotros del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado por Dios. Así pues, Cristo viene de Dios, y los apóstoles de Cristo. Por tanto, los dos vienen de la voluntad de Dios en el orden designado. Habiendo recibido el encargo, pues, y habiéndo sido asegurados por medio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y confirmados en la palabra de Dios con plena seguridad por el Espíritu Santo, salieron a proclamar las buenas nuevas de que había llegado el reino de Dios. Y así, predicando por campos y ciudades, por todas partes, designaron a las primicias (de sus labores), una vez hubieron sido probados por el Espíritu, para que fueran obispos y diáconos de los que creyeran. Y esto no lo hicieron en una forma nueva; porque verdaderamente se había escrito respecto a los obispos y diáconos desde tiempos muy antiguos; porque así dice la escritura en cierto lugar: Y nombraré a tus obispos en justicia y a tus diáconos en fe.

XLIII. Y ¿de qué hay que sorprenderse que aquellos a quienes se confió esta obra en Cristo, por parte de Dios, nombraran ellos a las personas mencionadas, siendo así que el mismo bienaventurado Moisés, que fue un fiel siervo en toda su casa, dejó testimonio como una señal en los sagrados libros de todas las cosas que le fueron ordenadas? Y a él también siguió el resto de los profetas, dando testimonio juntamente con él de todas las leyes que fueron ordenadas por él. Porque Moisés, cuando aparecieron celos respecto al sacerdocio, y hubo disensSión entre las tribus sobre cuál de ellas estaba adornada con el nombre glorioso, ordenó a los doce jefes de las tribus que le trajeran varas, en cada una de las cuales estaba inscrito el nombre de una tribu. Y él las tomó y las ató y las selló con los sellos de los anillos de los jefes de las tribus y las puso en el tabernáculo del testimonio sobre la mesa de Dios. Y habiendo cerrado el tabernáculo, selló las llaves y lo mismo las puertas. Y les dijo: Hermanos, la tribu cuya vara florezca, ésta ha sido escogida por Dios para que sean sacerdotes y ministros para El. Y cuando vino la mañana, llamó a todo Israel, a saber, seiscientos mil hombres, y les mostró los sellos de los jefes de las tribus y abrió el tabernáculo del testimonio y sacó las varas. Y la vara de Aarón no sólo había brotado sino que había dado fruto. ¿Qué pensáis, pues, amados? ¿No sabía Moisés de antemano que esto era lo que pasaría? Sin duda lo sabía. Pero hizo esto para que no hubiera desorden en Israel, para que el nombre del Dios único y verdadero pudiera ser glorificado; a quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.

XLIV. Y nuestros apóstoles sabían por nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre el nombramiento del cargo de obispo. Por cuya causa, habiendo recibido conocimiento completo de antemano, designaron a las personas mencionadas, y después proveyeron a continuación que si éstas durmieran, otros hombres aprobados les sucedieran en su servicio. A estos hombres, pues, que fueron nombrados por ellos, o después por otros de reputación, con el consentimiento de toda la Iglesia, y que han ministrado intachablemente el rebaño de Cristo, en humildad de corazón, pacíficamente y con toda modestia, y durante mucho tiempo han tenido buena fama ante todos, a estos hombres nosotros consideramos que habéis injustamente privado de su ministerio. Porque no será un pecado nuestro leve si nosotros expulsamos a los que han hecho ofrenda de los dones del cargo del obispado de modo intachable y santo. Bienaventurados los presbíteros que fueron antes, siendo así que su partida fue en sazón y fructífera: porque ellos no tienen temor de que nadie les prive de sus cargos designados. Porque nosotros entendemos que habéis expulsado de su ministerio a ciertas personas a pesar de que vivían de modo honorable, ministerio que ellos +habían respetado+ de modo intachable.

XLV. Contended, hermanos, y sed celosos sobre las cosas que afectan a la salvación. Habéis escudriñado las escnturas, que son verdaderas, las cuales os fueron dadas por el Espíritu Santo; y sabéis que no hay nada injusto o fraudulento escrito en ellas. No hallaréis en ellas que personas justas hayan sido expulsadas por hombres santos. Los justos fueron perseguidos, pero fue por los malvados; fueron encarcelados, pero fue por los impíos. Fueron apedreados como transgresores, pero su muerte fue debida a los que habían concebido una envidia detestable e injusta. Estas cosas las sufrieron y se comportaron noblemente. Porque, ¿qué diremos, hermanos? ¿Fue echado Daniel en el foso de los leones por los que temían a Dios? ¿O fueron Ananías y Azarías y Misael encerrados en el horno de fuego por los que profesaban adorar de modo glorioso y excelente al Altísimo? En ninguna manera. ¿Quiénes fueron los que hicieron estas cosas? Hombres abominables y llenos de maldad fueron impulsados a un extremo de ira tal que causaron sufrimientos crueles a los que servían a Dios con intención santa e intachable, sin saber que el Altísimo es el campeón y protector de los que en conciencia pura sirven su nombre excelente; al cual sea la gloria por siempre jamás. Amén. Pero los que sufrieron pacientemente en confianza heredaron gloria y honor, fueron ensalzados, y sus nombres fueron registrados por Dios en memoria de ellos para siempre jamás. Amén.

XLVI. A ejemplos semejantes, pues, hermanos, hemos de adherirnos también nosotros. Porque está escrito: Allégate a los santos, porque los que se allegan a ellos serán santificados. Y también dice el Señor en otro pasaje: Con el inocente te mostrarás inocente, y con los elegidos serás elegidos y con el ladino te mostrarás sagaz. Por tanto, juntémonos con los inocentes e íntegros; y éstos son los elegidos de Dios. ¿Por qué hay, pues, contiendas e iras y disensiones y facciones y guerra entre vosotros? ¿No tenemos un solo Dios y un Cristo y un Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿Y no hay una sola vocación en Cristo? ¿Por qué, pues, separamos y dividimos los miembros de Cristo, y causamos disensiones en nuestro propio cuerpo, y llegamos a este extremo de locura, en que olvidamos que somos miembros los unos de los otros? Recordad las palabras de Jesús nuestro Señor; porque Él dijo: ¡Ay de este hombre; mejor sería para él que no hubiera nacido, que el que escandalice a uno de mis elegidos! Sería mejor que le ataran del cuello una piedra de molino y le echaran en el mar que no que trastornara a uno de mis elegidos. Vuestra división ha trastornado a muchos; ha sido causa de abatimiento para muchos, de duda para muchos y de aflicción para todos. Y vuestra sedición sigue todavía.

XLVII. Tomad la epístola del bienaventurado Pablo el apóstol. ¿Qué os escribió al comienzo del Evangelio? Ciertamente os exhortó en el Espíritu con respecto a él mismo y a Cefas y Apolos, porque ya entonces hacíais grupos. Pero el que hicierais estos bandos resultó en menos pecado para vosotros; porque erais partidarios de apóstoles que tenían una gran reputación, y de un hombre aprobado ante los ojos de estos apóstoles. Pero ahora fijaos bien quiénes son los que os han trastornado y han disminuido la gloria de vuestro renombrado amor a la hermandad. Es vergonzoso, queridos hermanos, sí, francamente vergonzoso e indigno de vuestra conducta en Cristo, que se diga que la misma Iglesia antigua y firme de los corintios, por causa de una o dos personas, hace una sedición contra sus presbíteros. Y este informe no sólo nos ha llegado a nosotros, sino también a los que difieren de nosotros, de modo que acumuláis blasfemias sobre el nombre del Señor por causa de vuestra locura, además de crear peligro para vosotros mismos.

XLVIII. Por tanto, desarraiguemos esto rápidamente, y postrémonos ante el Señor y roguémosle con lágrimas que se muestre propicio y se reconcilie con nosotros, y pueda restaurarnos a la conducta pura y digna que corresponde a nuestro amor de hermanos. Porque ésta es una puerta a la justicia abierta para vida, como está escrito: Abridme las puertas de justicia; para que pueda entrar por ellas y alabar al Señor. Esta es la puerta del Señor; por ella entrarán los justos. Siendo así que se abren muchas puertas, ésta es la puerta que es de justicia, a saber, la que es en Cristo, y son bienaventurados todos los que hayan entrado por ella y dirigido su camino en santidad y justicia, ejecutando todas las cosas sin confusión. Que un hombre sea fiel, que pueda exponer conocimiento profundo, que sea sabio en el discernimiento de las palabras, que se esfuerce en sus actos, que sea puro; tanto más ha de ser humilde de corazón en proporción a lo que parezca ser mayor; y ha de procurar el beneficio común de todos, no el suyo propio.

XLIX. Que el que ama a Cristo cumpla los mandamientos de Cristo. ¿Quién puede describir el vínculo del amor de Dios? ¿Quién es capaz de narrar la majestad de su hermosura? La altura a la cual el amor exalta es indescriptible. El amor nos une a Dios; el amor cubre multitud de pecados; el amor soporta todas las cosas, es paciente en todas las cosas. No hay nada burdo, nada arrogante en el amor. El amor no tiene divisiones, el amor no hace sediciones, el amor hace todas las cosas de común acuerdo. En amor fueron hechos peffectos todos los elegidos de Dios; sin amor no hay nada agradable a Dios; en amor el Señor nos tomó para sí; por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas.

L. Veis, pues, amados, qué maravilloso y grande es el amor, y que no hay manera de declarar su perfección. ¿Quién puede ser hallado en él, excepto aquellos a quienes Dios se lo ha concedido? Por tanto, supliquemos y pidamos de su misericordia que podamos ser hallados intachables en amor, manteniéndonos aparte de las facciones de los hombres. Todas las generaciones desde Adán hasta este día han pasado a la otra vida; pero los que por la gracia de Dios fueron perfeccionados en el amor residen en la mansión de los píos; y serán manifestados en la visitación del Reino de Dios. Porque está escrito: Entra en tus aposentos durante un breve momento, hasta que haya pasado mi indignación, y yo recordaré un día propicio y voy a levantaros de vuestros sepulcros. Bienaventurados somos, amados, si hacemos los mandamientos de Dios en conformidad con el amor, a fin de que nuestros pecados sean perdonados por el amor. Porque está escrito: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no imputará pecado, ni hay engaño en su boca. Esta declaración de bienaventuranza fue pronunciada sobre los que han sido elegidos por Dios mediante Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

LI. Respecto a todas nuestras transgresiones que hemos cometido por causa de las añagazas del adversario, roguemos para que nos sea concedido perdón. Sí, y también los que se hacen cabecillas de facciones y divisiones han de mirar a la base común de esperanza. Porque los que andan en temor y amor prefieren ser ellos mismos los que padecen sufrimiento más bien que sus prójimos; y más bien pronuncian condenación contra sí mismos que contra la armonía que nos ha sido entregada de modo tan noble y justo. Porque es bueno que un hombre confiese sus transgresiones en vez de endurecer su corazón, como fue endurecido el corazón de los que hicieron sedición contra Moisés el siervo de Dios; cuya condenación quedó claramente manifestada, porque descendieron al Hades vivos, y la muerte será su pastor. Faraón y sus huestes y todos los gobernantes de Egipto, sus carros y sus jinetes, fueron sumergidos en las profundidades del Mar Rojo, y perecieron, y ello sólo por la razón de que sus corazones insensatos fueron endurecidos después de las señales y portentos que habían sido realizados en la tierra de Egipto por la mano de Moisés el siervo de Dios.

LII. El Señor, hermanos, no tiene necesidad de nada. Él no desea nada de hombre alguno, sino que se confiese su Nombre. Porque el elegido David dijo: Confesaré al Señor y le agradará más que becerro con cuernos y pezuñas. Lo verán los oprimidos y se gozarán. Y de nuevo dice: Ofrece a Dios sacrificio de alabanza y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, y yo te libraré, y tú me glorificarás. Porque sacrificio a Dios es el espíritu quebrantado.

LIII. Porque, amados, conocéis las sagradas escrituras, y las conocéis bien, y habéis escudriñado las profecías de Dios. Os escribimos estas cosas, pues, como recordatorio. Cuando Moisés subió al monte y pasó cuarenta días y cuarenta noches en ayuno y humillación, Dios le dijo: Moisés, Moisés, desciende pronto de aquí, porque mi pueblo que tú sacaste de la tierra de Egipto ha cometido iniquidad; se han apartado rápidamente del camino que tú les mandaste; y se han hecho imágenes de fundición. Y el Señor le dijo: Te he dicho una y dos veces, este pueblo es duro de cerviz. Déjame que los destruya, y borraré su nombre de debajo del cielo, y yo haré de ti una nación grande y maravillosa y más numerosa que ésta. Y Moisés dijo: No lo hagas, Señor. Perdona su pecado, o bórrame también a ml del libro de los vivientes. ¡Oh, qué amor tan poderoso! ¡Oh, qué perfección insuperable! El siervo es osado ante su Señor; y pide perdón por la multitud, o pide que sea incluido él mismo con ellos.

LIV. ¿Quién hay, pues, noble entre vosotros? ¿Quién es compasivo? ¿Quién está lleno de amor? Que diga: si por causa de mí hay facciones y contiendas y divisiones, me retiro, me aparto adonde queráis, y hago lo que está ordenado por el pueblo: con tal que el rebaño de Cristo esté en paz con sus presbíteros debidamente designados. El que haga esto ganará para sí un gran renombre en Cristo, y será recibido en todas partes; porque la tierra es del Señor y suya es la plenitud de la misma. Esto es lo que han hecho y harán los que viven como ciudadanos de este reino de Dios, que no da motivo de arrepentirse de haberlo hecho.

LV. Pero para dar ejemplo a los gentiles también, muchos reyes y gobernantes, cuando acaece una temporada de pestilencia entre ellos, habiendo sido instruidos por oráculos, se han entregado ellos mismos a la muerte, para que puedan ser rescatados sus conciudadanos por medio de su propia sangre. Muchos se han retirado de sus propias ciudades para que no haya más sediciones. Sabemos que muchos entre nosotros se han entregado a la esclavitud, para poder rescatar a otros. Muchos se han vendido como esclavos y, recibido el precio que se ha pagado por ellos, han alimentado a otros. Muchas mujeres, fortalecidas por la gracia de Dios, han ejecutado grandes hechos. La bendita Judit, cuando la ciudad estaba sitiada, pidió a los ancianos que se le permitiera ir al campamento de los sitiadores. Y por ello se expuso ella misma al peligro y fue por amor a su país y al pueblo que estaba bajo aflicción; y el Señor entregó a Rolofernes en las manos de una mujer. No fue menor el peligro de Ester, la cual era perfecta en la fe, y se expuso para poder librar a las doce tribus de Israel cuando estaban a punto de perecer. Porque con su ayuno y su humillación suplicó al Señor omnisciente, el Dios de las edades; y Él, viendo la humildad de su alma, libró al pueblo por amor al cual ella hizo frente al peligro.

LVI. Por tanto, intercedamos por aquellos que están en alguna transgresión, para que se les conceda mansedumbre y humildad, de modo que se sometan, no ante nosotros, sino a la voluntad de Dios. Porque así el recuerdo compasivo de ellos por parte de Dios y los santos será fructífero para ellos y perfecto. Aceptemos la corrección y disciplina, por la cual nadie debe sentirse desazonado, amados. La admonición que nos hacemos los unos a los otros es buena y altamente útil; porque nos une a la voluntad de Dios. Porque así dice la santa palabra: Me castigó ciertamente el Señor, mas no me libró a la muerte. Porque el Señor al que ama reprende, y azota a todo hijo a quien recibe. Porque el justo, se dice, me castigará en misericordia y me reprenderá, pero no sea ungida mi cabeza por la +misericordia+ (óleo) de los pecadores. Y también dice: Bienaventurado es el hombre a quien Dios corrige, y no menosprecia la corrección del Todopoderoso. Porque él es quien hace la herida y él la vendará; él hiere y sus manos curan. En seis tribulaciones te librará de la aflicción; y en la séptima no te tocará el mal. En el hambre te salvará de la muerte, y en la guerra te librará del brazo de la espada. Del azote de la lengua te guardará, y no tendrás miedo de los males que se acercan. De los malos y los injustos te reirás, y de las fieras no tendrás temor. Pues las fieras estarán en paz contigo. Entonces sabrás que habrá paz en tu casa; y la habitación de tu tienda no irá mal (fallará), y sabrás que tu descendencia es numerosa, y tu prole como la hierba del campo. Y llegarás al sepulcro maduro como una gavilla segada en sazón, o como el montón en la era, recogido a su debido tiempo. Como podéis ver, amados, grande es la protección de los que han sido disciplinados por el Señor; porque siendo un buen padre, nos castiga con miras a que podamos obtener misericordia por medio de su justo castigo.

LVII. Así pues, vosotros, los que sois la causa de la sedición, someteos a los presbíteros y recibid disciplina para arrepentimiento, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended a someteros, deponiendo la obstinación arrogante y orgullosa de vuestra lengua. Pues es mejor que seáis hallados siendo poco en el rebaño de Cristo y tener el nombre en el libro de Dios, que ser tenidos en gran honor y, con todo, ser expulsados de la esperanza de Él. Porque esto dijo la Sabiduría, suma de todas las virtudes: He aquí yo derramaré un dicho de mi espíritu, y os enseñaré mis palabras. Porque os llamé y no obedecisteis, y os dije palabras y no quisisteis escucharlas, sino que desechasteis todo consejo mío, y no aceptasteis mi reprensión; por tanto, yo también me reiré de vuestra destrucción, y me regocijaré cuando caiga sobre vosotros vuestra ruina, y cuando venga de repente sobre vosotros confusión, y vuestra desgracia llegue como un torbellino, cuando sobre vosotros vengan la tribulación y la angustia. Porque cuando me llamaréis yo no responderé. Los malos me buscarán con afán y no me hallarán; porque aborrecieron la sabiduría y no escogieron el temor del Señor, ni quisieron prestar atención a mis consejos, sino que se mofaron de mis reprensiones. Por tanto, comerán los frutos de su propio camino, y se hartarán de su propia impiedad. Porque el extravío de los ignorantes los matará, y la indolencia de los necios los echará a perder. Mas el que me escucha habitará confiadamente en esperanza, y vivirá tranquilo, sin temor a la desgracia.

LVIII. Sed obedientes a su Nombre santísimo y glorioso, con lo que escaparéis de las amenazas que fueron pronunciadas antiguamente por boca de la Sabiduría contra los que desobedecen, a fin de que podáis vivir tranquilos, confiando en el santísimo Nombre de su majestad. Atended nuestro consejo, y no tendréis ocasión de arrepentiros de haberlo hecho. Porque tal como Dios vive, y vive el Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo, que son la fe y la esperanza de los elegidos, con toda seguridad el que, con humildad de ánimo y mansedumbre haya ejecutado, sin arrepentirse de ello, las ordenanzas y mandamientos que Dios ha dado, será puesto en la lista y tendrá su nombre en el número de los que son salvos por medio de Jesucristo, a través del cual es la gloria para Él para siempre jamás. Amén.

LIX. Pero si algunas personas son desobedientes a las palabras dichas por Él por medio de nosotros, que entiendan bien que se están implicando en una transgresión y peligro serios; mas nosotros no seremos culpables de este pecado. Y pediremos con insistencia en oración y suplicación que el Creador del universo pueda guardar intacto hasta el fin el número de los que han sido contados entre sus elegidos en todo el mundo, mediante su querido Hijo Jesucristo, por medio del cual nos ha llamado de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al pleno conocimiento de la gloria de su Nombre.

[Concédenos, Señor,] que podamos poner nuestra esperanza en tu Nombre, que es la causa primaria de toda la creación, y abramos los ojos de nuestros corazones para que podamos conocerte a Ti, que eres sólo el más Alto entre los altos, el Santo entre los santos; que abates la insolencia de los orgullosos, y desbaratas los designios de las naciones; que enalteces al humilde, y humillas al exaltado; que haces ricos y haces pobres; que matas y das vida; que eres sólo el benefactor de los espíritus y el Dios de toda carne; que miras en los abismos, y escudriñas las obras del hombre; el socorro de los que están en peligro, el Salvador de los que están en angustia; el Creador y observador de todo espíritu; que multiplicas las naciones sobre la tierra, y has escogido de entre todos los hombres a los que te aman por medio de Jesucristo, tu querido Hijo, por medio del cual nos enseñaste, nos santificaste y nos honraste. Te rogamos, Señor y Maestro, que seas nuestra ayuda y socorro. Salva entre nosotros a aquellos que están en tribulación; ten misericordia de los abatidos; levanta a los caídos; muéstrate a los necesitados; restaura a los apartados; convierte a los descarriados de tu pueblo; alimenta a los hambrientos; suelta a los presos; sostén a los débiles; confirma a los de flaco corazón. Que todos los gentiles sepan que sólo Tú eres Dios, y Jesucristo es tu Hijo, y nosotros somos tu pueblo y ovejas de tu prado.

LX. Tú, que por medio de tu actividad hiciste manifiesta la fábrica permanente del mundo. Tú, Señor, que creaste la tierra. Tú, que eres fiel de generación en generación, justo en tus juicios, maravilloso en la fuerza y excelencia. Tú, que eres sabio al crear y prudente al establecer lo que has hecho, que eres bueno en las cosas que se ven y fiel a aquellos que confían en Ti, compasivo y clemente, perdónanos nuestras iniquidades y nuestras injusticias y nuestras transgresiones y deficiencias. No pongas a nuestra cuenta cada uno de los pecados de tus siervos y tus siervas, sino límpianos con tu verdad, y guía nuestros pasos para que andemos en santidad y justicia e integridad de corazón, y hagamos las cosas que sean buenas y agradables a tu vista y a la vista de nuestros gobernantes. Sí, Señor, haz que tu rostro resplandezca sobre nosotros en paz para nuestro bien, para que podamos ser resguardados por tu mano poderosa y librados de todo pecado con tu brazo levantado. Y líbranos de los que nos aborrecen sin motivo. Da concordia y paz a nosotros y a todos los que habitan en la tierra, como diste a nuestros padres cuando ellos invocaron tu nombre en fe y verdad con santidad, [para que podamos ser salvos] cuando rendimos obediencia a tu Nombre todopoderoso y sublime y a nuestros gobernantes y superiores sobre la tierra.

LXI. Tú, Señor y Maestro, les has dado el poder de la soberanía por medio de tu poder excelente e inexpresable, para que nosotros, conociendo la gloria y honor que les has dado, nos sometamos a ellos, sin resistir en nada tu voluntad. Concédeles a ellos, pues, oh Señor, salud, paz, concordia, estabilidad, para que puedan administrar sin fallos el gobierno que Tú les has dado. Porque Tú, oh Señor celestial, rey de las edades, das a los hijos de los hombres gloria y honor y poder sobre todas las cosas que hay sobre la tierra. Dirige Tú, Señor, su consejo según lo que sea bueno y agradable a tu vista, para que, administrando en paz y bondad con piedad el poder que Tú les has dado, puedan obtener tu favor. ¡Oh Tú, que puedes hacer estas cosas, y cosas más excelentes aún que éstas, te alabamos por medio del Sumo Sacerdote y guardián de nuestras almas, Jesucristo, por medio del cual sea a Ti la gloria y la majestad ahora y por los siglos de los siglos! Amén.

LXII. Os hemos escrito en abundancia, hermanos, en lo que se refiere a las cosas que corresponden a nuestra religión y son más útiles para una vida virtuosa a los que quieren guiar [sus pasos] en santidad y justicia. Porque en lo que se refiere a la fe y al arrepentimiento y al amor y templanza genuinos y sobriedad y paciencia, hemos hecho uso de todo argumento, recordándoos que tenéis que agradar al Dios todopoderoso en justicia y verdad y longanimidad y santidad, poniendo a un lado toda malicia y prosiguiendo la concordia en amor y paz, insistiendo en la bondad; tal como nuestros padres, de los cuales os hemos hablado antes, le agradaron, siendo de ánimo humilde hacia su Padre y Dios y Creador y hacia todos los hombres. Y os hemos recordado estas cosas con mayor placer porque sabemos bien que estamos escribiendo a hombres que son fieles y de gran estima y han escudriñado con diligencia las palabras de la enseñanza de Dios.

LXIII. Por tanto, es bueno que prestemos atención a ejemplos tan grandes y numerosos, y nos sometamos y ocupemos el lugar de obediencia poniéndonos del lado de los que son dirigentes de nuestras almas, y dando fin a esta disensión insensata podamos obtener el objetivo que se halla delante de nosotros en veracidad, manteniéndonos a distancia de toda falta. Porque vais a proporcionarnos gran gozo y alegría si prestáis obediencia a las cosas que os hemos escrito por medio del Espíritu Santo, y desarraigáis la ira injusta de vuestros celos, en conformidad con nuestra súplica que os hemos hecho de paz y armonía en esta carta. Y también os hemos enviado a hombres fieles y prudentes que han estado en medio de nosotros, desde su juventud a la ancianidad, de modo intachable, los cuales serán testigos entre vosotros y nosotros. Y esto lo hemos hecho para que sepáis que nosotros hemos tenido, y aún tenemos, el anhelo ferviente de que haya pronto la paz entre vosotros.

LXIV. Finalmente, que el Dios omnisciente, Señor de los espíritus y de toda carne, que escogió al Señor Jesucristo, y a nosotros, por medio de Él, como un pueblo peculiar, conceda a cada alma que se llama según su santo y excelente Nombre, fe, temor, paz, paciencia, longanimidad, templanza, castidad y sobriedad, para que podáis agradarle en su Nombre, por medio de nuestro Sumo Sacerdote y guardián Jesucristo, a través del cual sea a Él la gloria y majestad, la potencia y el honor, ahora y para siempre jamás. Amén.

LXV. Enviad de nuevo y rápidamente a nuestros mensajeros Claudio Efebo y Valerio Bito, junto con Fortunato, en paz y gozo, con miras a que puedan informar más rápidamente de la paz y concordia que nosotros pedimos y anhelamos sinceramente, para que nosotros también podamos gozarnos pronto sobre vuestro buen orden.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros y con todos los hombres, en todos los lugares, que han sido llamados por Dios y por medio de El, a quien la gloria y honor, poder y. grandeza y dominio eterno, a El, desde todas las edades pasadas y para siempre jamás. Amén.

Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es